Noto en las vendedoras de estos negocios, más que en los vendedores, una mayor disposición a preguntar, explicar y sugerir

Permítame atornillar esta advertencia en su mente: escribí este artículo no para generalizar ni sacar conclusiones determinantes, pues lo que aquí comparto es tan solo mi limitada experiencia como cliente de tres ferreterías y no un estudio de mercado.

Y bueno, resulta que en el pasillo de mis vivencias suelo sentirme más a gusto y agradecido con la atención que me brindan las vendedoras que trabajan en EPA de Colima de Tibás y Curridabat, y en El Lagar de Moravia.

Esos son los negocios que suelo visitar cuando necesito comprar pintura, llavines, clavos, espejos, herramientas, extensiones eléctricas, bombillas, aceite, candados, pegamentos y otros productos que contribuyen a hacer más agradable mi entorno.

Con notable frecuencia constato que las mujeres que trabajan en esos negocios superan a sus compañeros en materia de amabilidad, acompañamiento y paciencia. Noto en ellas una mayor disposición a preguntar, explicar y sugerir.

El trato de los vendedores, por supuesto que no todos, es más superficial y apurado. A veces tengo la impresión de que dan por un hecho que todos los hombres que visitamos ferreterías somos expertos en los campos de la construcción, reparación o remodelación.

Apresurada, indiferente, escueta e incomprensible me resulta habitualmente la guía y asesoría de los ferreteros. Como que poseen una diezmada caja de herramientas verbales.

Me ha ocurrido, por ejemplo, que le pregunto a un dependiente por los juegos de llaves para la cañería de la pila de la cocina y se limita a decirme el número del pasillo donde se encuentran esos objetos; pero le hago la misma consulta a una mujer y de inmediato me pide que la acompañe hasta el departamento respectivo, en donde invierte el tiempo que sea necesario en el arte de crear consumidores satisfechos.

Lo resumo así: cuando me atiende un ferretero, no me extraña el hecho de que una canasta de mano sea más que suficiente para llevar las mercancías hasta el área de cajas, mas cuando se trata de una ferretera, no me sorprende tener que buscar un carrito para cargar mis compras.

Ilustro esta situación con mi experiencia como cliente de supermercados…

Cuando me encuentro en alguno de los establecimientos de Walmart y pregunto por un artículo que no encuentro, los empleados suelen conformarse con decirme el número del pasillo, mas cuando me hallo en un establecimiento del Auto Mercado, quien me atiende suspende de inmediato lo que está haciendo para conducirme cortésmente hasta el objeto de mi búsqueda.

En honor a la verdad, tengo que hacer una excepción para señalar que hace pocos días una joven del Mas X Menos de Plaza Lincoln se convirtió, en varios años, en la primera colaboradora de esta cadena en hacer una pausa en la tarea que realizaba para llevarme amablemente hasta el producto que yo necesitaba. Para variar, una mujer.

Comparto estas experiencias no solo para destacar vivencias positivas, sino también para señalar algunas superficies ásperas sobre las que vale la pena pasar el cepillo y la lija del excelente servicio al cliente.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación