“Cuando los hombres construyen sobre falsos cimientos, cuanto más construyan, mayor será la ruina”,  Thomas Hobbes

Por Pedro Rafael Gutiérrez Doña

Una de las razones por las que la democracia no logra consolidarse como sistema político en la actualidad es que echó en el olvido a la filosofía política. 

Razonar, pensar, desmenuzar cada decisión política, sus consecuencias, pros y contras, repercusiones, a quién beneficia y a quién perjudica, son las principales condiciones para construir una verdadera democracia. 

Hablar de filosofía política en estos días podría ser para muchos un anacronismo, un tema obsoleto, pero se trata de un tema del que han sido abanderados grandes pensadores de la altura de Aristóteles y Platón, y más recientemente Hegel y Kant, mentes brillantes que nos dejaron escrito en piedra la teoría filosófica pura para gobernar en beneficio de las grandes mayorías.  

La Democracia en su síntesis -parafraseando a Hegel-  ha permanecido lejos de las necesidades de las mayorías (tesis), cuando vemos a diario, que se beneficia de múltiples formas a las minorías gobernantes y por otro lado, vemos pordiosear a las mayorías gobernadas (antítesis), contrario a lo que nos planteó la teoría hegeliana. 

¿Cuántas veces en nombre de la democracia y de la justicia se han cometido los más aberrantes actos de barbarie en contra de sociedades enteras? Ejemplos abundan, pero si solo cumpliéramos los principios de filosofía política como lo hacemos hoy con los protocolos de salud en cada uno de los países del mundo, nuestra realidad sería totalmente distinta.

Filosofía política es lo que hacemos a diario, cuando cuestionamos la interminable contradicción entre la letra de las leyes que nos imponen y el espíritu de la misma al aplicarlas. 

Es filosofía cuando no nos cuadran las decisiones políticas que nos recetan los gobernantes, porque una cosa nos dicen, pero hacen. 

Vivimos cuestionando sin descanso el triste divorcio que ocurre todos los días entre democracia y realidad, esperando que el sistema se apiade de nosotros para recibir sus intrínsecos beneficios, pero ocurre todo lo contrario. 

“El abuso que han cometido los políticos con la democracia y la filosofía política ha hecho que vivamos en un sistema político huérfano”.

El laxo maridaje que vivimos entre democracia y sociedad no funciona, se ha convertido en la más dolorosa estafa que nos vendieron como el mejor sistema político de la historia, pero éste ha sido pervertido. Nos han hecho creer recientemente que ser ‘el país más felíz del mundo’ y acudir a las urnas a votar cada cuatro años por los mismos apellidos de siempre, es el non plus ultra de la democracia en América. Y cuando vemos los resultados radiográficos de las encuestas de opinión pública, vivo reflejo de los gritos al vacío por la decepción y frustración que nos causa el gobierno de turno, nos invade la impotencia al saber que los porcentajes siempre serán enlodados por cansinos discursos demagógicos, argumentando descaradamente que ellos no gobiernan para las encuestas.

El abuso que han cometido los políticos con la democracia y la filosofía política ha hecho que vivamos en un sistema político huérfano, decepcionados por no tener padres que intervengan el mal manejo de la cosa pública y lo han convertido para su beneficio en una perfecta utopía, amenizados musicalmente con la Marcha Fúnebre de Federico Chopin.

Para hablar de filosofía política en estos momentos es necesario dedicarle un réquiem. Las dañinas ideologías de cualquier cosa han sido suministradas cual purgante a nosotros los enfermos, las mismas que han leudado valores centenarios como la ética, la moral, la familia, la verdad y la justicia; sólidos cimientos de la filosofía política. 

Este disparate de ideas convirtieron al país en un macabro laboratorio donde a diario se experimenta con virus sociales importados, disfrazados de justicia, de ley o de igualdad. Vale señalar que mientras en el mundo entero la ciencia lucha por salvar la mayor cantidad de vidas doblegadas por la pandemia, en el país, mentes entenebrecidas piensen en legalizar el aborto para matar.

“El Contrato Social” heredado por Juan Jacobo Rousseau, considerado uno de los pilares de la filosofía política contemporánea, vino a mutar hasta nuestros días en El contrato sexual de Carole Pateman, el mismo, satanizado y alabado por agendas parlamentarias que legislan en torno a los genitales, escamoteados sin rubor por el hoy degenerado arcoíris. 

Los valores heredados por Aristóteles y Platón fueron el buen gobierno, el derecho, la libertad, la igualdad, la propiedad o la justicia, valores que han sido manoseados por políticos sin escrúpulos por el libertinaje en el que viven. 

El sistema judicial, columna vertebral de cualquier sociedad democrática, ha sido pervertido por los tentáculos mortales del narcotráfico y la corrupción institucionalizada, convirtiendo las leyes en el tándem antagónico para ricos y pobres.

Por algo aún hoy en día retiñen las palabras de Thomas Hobbes, quien nos decía que el Homo homini lupus, ‘el hombre es el lobo del hombre’;  ‘malo por naturaleza’ -le hacía eco Maquiavelo-, capaces de enterrar la democracia, sus principios y valores sin importar las consecuencias.

Ante esta cruda realidad, filosofemos; no permitamos que llamen bien al mal, sigamos cuestionando nuestro derecho a vivir en una verdadera democracia, demandemos a los gobernantes el respeto a los principios político/filosóficos del inicio y no aceptemos las dulces mentiras abanderadas por ideologías políticas importadas,  donde los valores fueron sustituidos por el placer, la corrupción y el desenfreno irracional.

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Pedro Rafael Gutiérrez Doña es periodista.