Nostálgica evocación de aquellos años en los que la televisión costarricense contaba con influencers de peso, de verdad, como Constantino Láscaris, Luis Burstin y Rodrigo Fournier

Echo de menos aquellos años en los que en casa se encendía el televisor en blanco y negro para escuchar los amenos, estimulantes y provocadores comentarios del filófoso español-costarricense Constantino Láscaris.

Me refiero a aquel intelectual de pelo largo, cuerpo desgarbado, mirada inteligente y sonrisa pícara que nació el 11 de setiembre de 1923 en Zaragoza, España, y que llegó a Costa Rica en 1956 invitado por Rodrigo Facio Brenes, rector de la Universidad de Costa Rica (UCR) en aquel entonces.

Fue un destacado profesor en la UCR desde 1957 hasta el 5 de julio de 1979, cuando murió a los 55 años.

Obtuvo la nacionalidad costarricense en 1968 y fue declarado Benemérito de la Patria en 1998. La Asamblea Legislativa fundamentó aquella decisión en el hecho de que “la filosofía en Costa Rica tiene, en el Doctor Láscaris Comneno, a su fundador indiscutible en el quehacer universitario y sistemático”.

Abundan aún las anécdotas que hablan del ingenio, perspicacia, inteligencia y sentido del humor que derrochaba aquel hombre en sus clases universitarias. Comparto una experiencia que me contó uno de sus exalumnos llamado David Soto Acevedo.

Había examen oral y Láscaris le preguntó a David si había estudiado, este contestó que sí. De inmediato, el profesor lanzó una pregunta: “Dígame cuántas macetas hay en la soda de Estudios Generales”. Palabras más, vocablos menos, esta fue la respuesta: “No sé ni me importa, pues yo vengo a la universidad a aprender a pensar, no a contar macetas”. Calificación inmediata: “¡Excelente! Tiene un diez”.

Memorables son también algunas de sus particulares tácticas para capturar la atención de los estudiantes: impartir la clase con medias de diferentes colores y darle la espalda a los alumnos durante toda la lección para mantenerse impartiendo la materia al mismo tiempo que repintaba un punto de tiza en las antiguas pizarras de madera.

Esa capacidad de comunicar para enseñar e invitar a pensar era la que disfrutábamos en casa frente a la pantalla chica de un aparato al que había que darle un manazo por detrás cada vez que la imagen se distorcionaba.

Constantino Láscaris nos ayudaba a entender la vida, la realidad, el entorno, el mundo. Su voz era un farol que iluminaba el oscuro camino, un sorbo de agua fresca en medio de la aridez existencial. Así lo hacía aguijoneando los cerebros, desafiando las neuronas, excitando las mentes; lo suyo era despertar el pensamiento, no hablar como quien se cree dueño de la verdad.

A través de la televisión, aquel filósofo nos clavaba las banderillas del razonamiento sobre muy diversos temas: pedantería, rebeldía juvenil, tabernas, bigotes y barbas, horóscopo, frijoles y fútbol, ideologías, libertad, marxismo, guerras santas, cinismo, marihuana, periodismo, educación, hipocresía y todos los etcéteras que caben en una cabeza brillante.

Lo que hoy día se conoce como influencer, pero en serio, con esencia y sustancia, materia gris, profundidad, erudición.

Sí, echo de menos la presencia lúcida de Láscaris en la televisión nacional. Puede que la charanga divierta y entretenga, puede que las estrellitas fugaces generen “contenido”, pero nada de eso nos ayuda en la difícil pero necesaria tarea de tratar de comprender el mundo, sobre todo en tiempos de crisis, pandemia e incertidumbre.

Extraño, además, las entrevistas profundas del Dr. Luis Burstin, un cardiólogo e intelectual que también invitaba a pensar. Me hace falta el peso de don Rodrigo Fournier en sus entrevistas y comentarios. Espacios con fuste.

A falta de carne me conformo ahora con repasar de cuando en cuando los libros de Láscaris que forman parte de mi biblioteca: El costarricensePalabrasAbelardo BonillaHistoria de las ideas en CentroaméricaLa carreta costarricense, que escribió con Guillermo Malavassi; Antología filosófica, en coautoría con Arnoldo Montero, y Cien casos perdidos.

En 1968 ese filósofo español-costarricense escribió un artículo al que tituló “La tremenda Corte” y que estaba enfocado en un programa humorístico que nació en la radio cubana en 1942 y que se produjo hasta 1961; luego se grabó para la televisión en 1966, en México.

Los personajes principales eran José Candelario Tres Patines (interpretado por Leopoldo Fernández), un tipo ingenioso y pícaro que la mayoría de las veces era condenado a prisión, y el Tremendo juez (papel a cargo de Aníbal de Mar). La serie se puede ver en Youtube.

Pues bien, en opinión de Constantino Láscaris uno de los grandes méritos de “La tremenda Corte” era demostrar que se puede realizar un buen programa con el mínimo de recursos.

¡Cuánta razón tenía! ¡Cuánta razón sigue teniendo!

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector del periódico El Financiero
Consultor en Comunicación