El escenario es espantoso, pero el deseo de vivir en paz debe prevalecer

Pedro Rafael Gutiérrez Doña

Ya me había referido a este espinoso tema en alguna oportunidad, encrespado hoy como en aquel entonces por la recurrente atmósfera de guerra y de muerte que nos endosan los políticos de turno.

Los protagonistas en esta oportunidad son el presidente ruso Vladimir Putin y su par estadounidense Joe Biden; ambos visiblemente desquiciados, soplan brasas frente a las cámaras y muestran gráficamente los dientes para encender y lograr iniciar lo que podría ser el fin del mundo. 

El primero suda por los poros la arrogancia zarista y el deseo de obtener a cualquier costo sus deseos invasores-expansionistas, llevándose colateralmente a quien se le atraviese. 

El segundo, y no menos peligroso, dando muestras de cansancio físico y de un evidente deterioro cognitivo, lo ha hecho verse ‘perdido’ en varias actividades públicas, restándole confianza ante el manejo de un grave conflicto como éste. 

Afortunadamente, y a pesar del dañino discurso bélico de los últimos años, la posibilidad para que se inicie una guerra atómica no se ha materializado, no después de que 77 años atrás se lanzara la mortal bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, lo que nos dejó como un fatal recuerdo, la pérdida de 185.000 personas.

La Unión Soviética en su constante e interminable afán de poder invade Ucrania, y lleva sobre sus espaldas a la fecha, la ‘módica’ suma de 11.000 muertos. Lo que nunca imaginó el pequeño Vladimir, y que lo tiene frustrado, fue la valiente respuesta de los ucranianos dispuestos a morir por su patria, ahora pertrechados por la OTAN y respaldados por una billonaria ayuda militar de países amigos. 

Como parte de la invasión y luego de salir con el rabo entre las piernas de muchas zonas, recupera el botín de cuatro regiones del sudeste de Ucrania, las autoproclamadas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y las regiones de Jersón y Zaporiyia, como sujetos marionetas de la Federación Rusa. 

Rusia -hasta donde se conoce- posee en la actualidad el mayor número de armas de destrucción masiva en el mundo, le acompaña Estados Unidos, que podría superar con creces al arsenal soviético. Y aquí hablamos de ojivas nucleares básicamente, porque la lista se agranda al sumar las armas biológicas y las armas químicas.  

Las amenazas rusas vociferadas por Putin frente a la comunidad internacional llevan en el menú de guerra, la Bomba de uranio, la Bomba de plutonio, la Bomba de hidrógeno o bomba ‘H’ y la Bomba de neutrones, cada una de ellas completamente destructivas. 

La Bomba ‘H’, para darles un ejemplo, es capaz de generar 15 millones de grados de temperatura en el punto donde hace explosión, igualando la temperatura del núcleo del Sol por varios segundos y expandiéndose a varios kilómetros de distancia. En el caso de las bombas de uranio y plutonio, éstas diseminan radioactividad, dejando secuelas mortales en el organismo de las personas hasta causarles la muerte.

Mientras esto ocurre, la guerra en Ucrania continúa, miles de pobladores viven la escasez de agua y de alimentos, niños y mujeres que huyen del conflicto padecen de frío, hambre y miedo.

Filippo Grandi responsable del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, reveló que “La guerra en Ucrania es tan devastadora que 10 millones de personas han huido, ya sea como desplazados dentro del país o como refugiados en el extranjero”. 

Los precios de los alimentos y de los combustibles fueron impactados por la guerra en todo el mundo, afectando los bolsillos de millones de consumidores.  

Por otra parte, la situación en Rusia se complica; miles de rusos huyen de su país ante el llamado que hiciera Putin a más de 300.000 reservistas para reforzar sus ataques a Ucrania como una señal clara de haber perdido la guerra. Armas viejas, hombres enfermos y miles de jóvenes con un futuro prometedor quedaron a las órdenes de un megalómano capaz de reducir sus vidas al desastre para lograr sus perversos objetivos.

El escenario es espantoso, pero el deseo de vivir en paz debe prevalecer. 

No debemos permitir que el futuro de niños y jóvenes se vean truncados por deseos colonialistas.  No debemos tolerar que la ira de unos pocos destruya en unas horas el legado más valioso de la tierra que es la humanidad sumado a la permanente defensa y conservación de la vida.

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Pedro Rafael Gutiérrez Doña es periodista.