¿Soberbio YO?
“Ruin arquitecto es la soberbia; los cimientos pone en lo alto y las tejas en los cimientos”, Francisco de Quevedo, escritor español
-¿Lo afirman, con envidia, los ignorantes que no alcanzan a entender mis esclarecidas e infalibles opiniones?
-¿Será la imagen que pretenden difundir de mí los imbéciles que no entienden la realidad?
-¿Es el criterio de quienes no deberían tener derecho a expresar sus pobres puntos de vista porque no poseen mis conocimientos e inteligencia?
-¿Qué culpa tengo yo de ser brillante, ingenioso, admirable, sobresaliente y deslumbrante en contraposición a los pobres diablos que me rodean?
“El tabique que separa la sana autoconfianza de la insana arrogancia es realmente fino”.
Haruki Murakami, escritor japonés
-¿Por qué son tan descarados de llevarme la contraria en lugar de tener al menos un gesto de humildad y reconocer su inferioridad ante mi grandeza?
-¿Cuándo van a entender los legos que yo estoy dispuesto a formarlos, capacitarlos y educarlos sobre la forma correcta de leer e interpretar el mundo? ¿Acaso no resultarían beneficiados si tuvieran la mansedumbre de dejarse iluminar por este faro de luz que soy yo?
-¿Qué los hace ser tan mezquinos, al punto de negarse a postrarse ante mí, rendirme pleitesía y darme las gracias por todo lo que he hecho por ellos? ¿Irán a admitir algún día la relevancia de mi influencia en sus míseras vidas?
-¿Osan acusarme de haber quitado de mi camino a muchos altaneros que cometieron la temeridad de discutir conmigo, discrepar de mis perspectivas, insinuar que yo estaba equivocado? ¿No leen la Biblia ni tan siquiera para entender que fue el pecado de la arrogancia el que provocó la caída de Lucifer? ¿Hasta cuándo van a seguir blasfemando contra el dios de la razón que tienen a su lado?
“La soberbia es el abismo donde suele desaparecer hasta el mérito verdadero”.
Juan Montalvo, escritor ecuatoriano
-¿Qué les impide aplaudir mi noble acto de modestia al poner toda mi sapiencia al riesgoso servicio de quienes siempre han estado equivocados?
-¿No comprenden que todos seríamos más felices si los tontos y estúpidos se hicieran a un lado y me dejaran hacer las cosas como solo yo sé hacerlas?
-¿Será que les molesta y resiente el hecho de que mi grandeza, altura y estatura intelectual me impiden estar bajando la cabeza para conversar con tanto enano inculto? ¿No ven que me lastimo el cuello y las cervicales prestando atención a tanta ocurrencia y pequeñez? ¿Que me agache? ¿Desde cuándo las águilas son amigas de los caracoles y las lombrices de tierra? ¿Ignoran, además, el significado de la palabra ubicarse?
-¿Y el vocablo empatía? ¿Conocerán la definición? ¿Se habrán puesto alguna vez en mis zapatos para entender el dolor y la rabia que me produce el que haya quienes me vean como uno de ellos, al mismo nivel? ¿Por qué son tan igualados? ¿No perciben las diferencias? ¿No saltan a la vista?
“Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes”.
Charles Dickens, escritor británico
-Dios mío, ¿por qué me hiciste Gulliver en un país de liliputienses?
-¿Renunciará algún día la humanidad a ese milenario hábito de querer derribar a los gigantes?
-¿Que tengo problemas de inseguridad y autoestima? ¿Que me siento inferior y por lo tanto me creo amenazado todo el tiempo? ¿Que tengo una enorme necesidad de aprobación y admiración? ¿Que mi imponencia es un disfraz para ocultar mis carencias? ¿De dónde sacarán tantos disparates?
-¿Arrogante yo? ¿Tan solo porque Dios está analizando mi currículum pues me considera un fuerte aspirante a sucederlo cuando se jubile?
Se vale discrepar
Innovar desde la gestión cotidiana de nuestras vidas
“Vemos con el lente de nuestros valores y creencias y eso nos limita la posibilidad de hacer cambios y de introducir cosas nuevas a nuestra existencia”
Por Ana Lucía Chaverri Morales (*)
Si algo tenemos en común las mujeres es enfrentarnos, continuamente, a esa presión por adecuarnos a los distintos roles que son dictados por la sociedad.
Si es soltera que para cuando se casa; si se casa, para cuando los hijos; si tiene un hijo, para cuando el segundo; y una vez en el rol de maternidad cuándo dejará de trabajar para dedicarse al hogar. Estos son algunos de entre un montón de roles, socialmente esperados, según nuestros distintos contextos, edades y preferencias.
Y es que si lo vemos desde una perspectiva neutra, las cosas a veces son muy difíciles de cambiar y preferimos adaptarnos y encajar en un entorno que nos sea o parezca conocido.
En este punto la palabra innovar toma un sentido importante fuera del contexto corporativo y tecnológico al que estamos acostumbrados.
Imagínese por un momento que usted tiene puestos unos anteojos de sol, con el lente color rojo, que son el último grito de la moda. ¿Cómo será su visión?, pues todo lo verá en tonos rojos ¡Claro!
Pues, de igual forma funciona nuestra vida. Vemos las cosas con el lente y del color de nuestros patrones previamente establecidos; vemos lo que hemos aprendido que es bueno o malo; vemos con el lente de nuestros valores y creencias y eso nos limita la posibilidad de hacer cambios y de introducir cosas nuevas a nuestra existencia.
“Si no aprendemos a innovar en el proyecto más importante de todos, nuestra vida, será muy difícil hacerlo en otros contextos”.
Ana Lucía Chaverri Morales
Por tanto, ¿podríamos innovar desde la gestión cotidiana de nuestras vidas? La respuesta es un rotundo sí.
La innovación es una actitud, una decisión de la búsqueda de puntos de quiebre de lo conocido; un sí a cambiar nuestros patrones establecidos y esos hábitos que nos alejan de un estado de mayor bienestar.
Atrás queda la trillada historia de que la innovación es exclusiva de mentes brillantes y con una tendencia única al ámbito empresarial.
Por el contrario, la innovación, expresada en un cambio en los procesos de gestión personal, en nuestros entornos, e incluso, en nuestra toma de decisiones sobre el futuro, es un buen inicio para volvernos innovadores; total, nadie da lo que no tiene y si no aprendemos a innovar en el proyecto más importante de todos, nuestra vida, será muy difícil hacerlo en otros contextos.
Al fin y al cabo, deberíamos tener claro que “El cambio no nos mata, nos mata no cambiar”.
(*) Ana Lucía Chaverri Morales es una apasionada por la innnovación y el emprendimiento como herramientas de desarrollo social. Ha dedicado su carrera profesional a asesorar empresas en el uso estratégico de herramientas que permitan asegurar el crecimiento y escalabilidad de los negocios. Es Máster en Administración de Empresas con énfasis en Desarrollo Sostenible e Innovación y cuenta con estudios de Posgrado en Contratación Administrativa.
Atreverse al desafío
“Asumir ciertos riesgos controlados es crecer más allá de tu zona de confort, esa en donde todo se sabe hacer muy bien, pero no te genera ninguna satisfacción nueva”
Por José Paulo Martínez (*)
¿Qué ocurre cuando nos enfrentamos a un gran desafío, sin importar el tipo, más allá de determinar qué tipo de reto es y si se estás listo o no para ello?
Lo primero que pasa por la mente, generalmente, es: ¿Será que puedo hacerlo, estaré listo, qué impacto tendrá en mi situación actual esta decisión? A partir de ahí, comienza un proceso en el cual empezamos a pensar en lo que podría pasar sin que, necesariamente, sea lo que al final termina sucediendo.
Puede ser que acudamos a un amigo, un familiar; incluso, hasta un coach para que nos digan si lo que queremos hacer está bien o no. Pero, ¿qué pasa si a cada persona que le consultas te dice que no, que lo que deseas hacer es muy arriesgado y te advierte acerca de lo mucho que perderías si lo haces? En fin, que lo mejor es quedarte donde estás. Pero algo en tu cabeza te sigue diciendo que sí deseas hacerlo.
Es aquí donde todo toma sentido pues, aunque muchas personas te digan que no, lo hacen desde sus temores, desde sus creencias limitantes. Pero, no es casualidad que después de escucharlos igual decidas hacer lo que quieres y te asombras porque es ese “algo” que te lleva a hacerlo.
Una gran lección
Cuando decidimos hacer algo que desconocemos se llama nuevo aprendizaje y aun en caso de que salga mal aprendemos una gran lección: cómo hacerlo mejor o diferente la siguiente vez o incluso qué no hacer. A este ejercicio es a lo que se denomina experiencia.
Es por eso que debemos acceder a ese llamado interior de intentar hacer las cosas, pues ya de todos modos sabemos qué es lo bueno, lo malo, lo que nos hace daño y lo que no, y lo que puede o no dañar a otros.
Si tu respuesta a estas preguntas es que no le hace daño a nadie -incluso a tí mismo-, entonces, es algo que puedes realizar.
Asumir ciertos riesgos controlados es crecer más allá de tu zona de confort, esa en donde todo se sabe hacer muy bien, pero no te genera ninguna satisfacción nueva.
Es en esos momentos donde empiezas a experimentar con pensamientos de cambio pero, nuevamente, surgen esos temores y donde volvemos al inicio de este artículo.
Siempre todo será aprendizaje, por ello, ¡lidérate y hazlo!
(*) José Paulo Martínez es coach de negocios en LIDERHAZLO.
Un hombre con manos solidarias
Mis mejores deseos y agradecimiento para Luis Álvarez, un ser humano que me demuestra que aún quedan buenas personas en este mundo
La primera vez que Luis Álvarez y yo nos saludamos con un apretón de manos, pensé: ¡qué dicha que este nuevo compañero de trabajo tiene cara de buena gente y no de persona violenta, porque un golpe de alguno de sus puños debe ponerlo a uno a dormir en un dos por tres!”
Así ocurrió en marzo del 2019, cuando él se incorporó a la mesa de edición del periódico La Nación. Yo tenía a cargo la dirección de El Financiero; ambos productos de Grupo Nación.
Desde entonces, nos caímos bien y cada día nos saludábamos.
Luis es una de esas personas que conserva y mantiene el valioso hábito de saludar y de hacerlo en serio, no como una mera muletilla de cortesía.
A mediados de este año, ambos pasamos a formar parte del índice de desempleo de Costa Rica.
Lo primero que pensé cuando eso sucedió -en mi caso a partir del 30 de junio- fue en luchar por hacer realidad uno de mis sueños: trabajar para mí.
Sí, ser mi propio patrono, compañero de trabajo, conserje, guarda de seguridad, jardinero, cocinero, mensajero y quien prepara el café.
Entonces puse manos a la obra con tres proyectos.
Primero, vender mi libro En busca de Sancho.
Segundo, alojar en Internet una página que abrí en Facebook hace casi 5 años: Don Librote me engancha (www.donlibrote.com).
Tercero, crear y lanzar una página abierta a muy diversas opiniones: Gente-divergente.com.
Hacía tiempo venía pensando en esa idea. Terminó de convencerme la lectura del ensayo El peligro de la historia única, de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977); un libro de 42 páginas que habla sobre el peligro de conformarnos solo con una visión o lectura de la realidad y nos invita a adentrarnos en otras perspectivas.
Es decir, enriquecer nuestra visión del mundo porque nadie posee el monopolio del análisis y la interpretación de cuanto sucede.
Fue entonces cuando descubrí que las manos de Luis Álvarez no solo son fuertes y amistosas, sino también solidarias.
En cuanto se enteró del tercero de mis planes, este colega periodista me ofreció su ayuda para editar algunos de los artículos que me enviaran personas también generosas y constructivas, e interesadas en demostrar que no existe la historia única.
Consciente de que un proyecto nuevo, que además no le cobra ni un cinco a los lectores -ni piensa hacerlo-, no genera ganancias, Luis apoya de manera voluntaria esta iniciativa que dio sus primeros pasos el pasado 5 de octubre.
Es un socio comprometido con la causa, pues no solo me ayuda a editar textos, sino que además contribuye a mover el contenido de Gente-diverGente.
El día que reciba algún ingreso por concepto de este sueño que hasta ahora solo ha tenido egresos (el pago del diseño de la página, el alojamiento web y algunos pagos promocionales a Facebook), sin duda alguna una considerable porción irá a dar a las manos solidarias y generosas de Luis Álvarez.
Por cierto, este socio está cumpliendo años hoy. Mis mejores deseos para un ser humano que me demuestra que aún quedan buenas personas en este mundo.
¡Feliz cumpleaños, Luis! Gracias por tu apoyo.
José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente
¿Me distingo por multiplicar o por dividir?
“Tú debes ser el cambio que deseas ver en el mundo”, Mahatma Gandhi
-¿Cuál es mi actitud en cualquier área de la vida en que se requiere resolver problemas, enfrentar desafíos, aprovechar oportunidades o impulsar mejoras?
-¿Qué aportes positivos hago (en la comunidad, el hogar, el trabajo, la ong, el partido político, la asociación, la cooperativa, etcétera) en momentos de crisis, tiempos de incertidumbre, épocas sombrías?
-¿Soy activamente propositivo o me limito a permanecer como un simple espectador de brazos cruzados y criticando todo lo que plantean los demás? ¿O me conformo con dar órdenes?
-¿Contribuyo, en períodos de vacas flacas, con posibles medidas a ejecutar o engroso el inventario de adversidades? Es decir, ¿soy parte de la solución o del problema?
“Una actitud positiva provoca una reacción en cadena de pensamientos, eventos y resultados. Es un catalizador y desata extraordinarios resultados”.
Wade Boggs, beisbolista
-¿Remo con todas mis fuerzas pues soy consciente de que todos vamos en el mismo barco o me deleito en el acto perverso de perforar el piso de la nave?
-¿Pierdo tiempo valioso en quejas, lamentos, reproches y búsqueda de chivos expiatorios o me concentro en los asuntos y tareas medulares?
-¿En lugar de aunar esfuerzos productivos, intoxico el ambiente con chismes, bolas, rumores, habladurías, infundios, cotilleos?
-¿Qué me gusta más: enrollarme las mangas y trabajar o ejercer de ave de mal agüero y profeta apocalíptico?
“La vida es una obra teatral que no importa cuánto haya durado, sino lo bien que haya sido representada”.
Séneca, filósofo
-¿Para qué tengo más entrenado el cerebro: para la creatividad y el ingenio o para desarrollar teorías de la conspiración?
-¿A cuál herramienta me parezco más: al martillo que construye o al mazo que destruye? ¿Cómo me veo yo? ¿Cómo me aprecian los demás? ¿Con qué estoy más comprometido y me siento más a gusto: con edificar o demoler?
-Y si de instrumentos de observación se trata, ¿a cuál me asemejo: al telescopio que otea el horizonte o al microscopio que repara en pequeñeces? Nuevamente, ¿cómo me veo yo? ¿Cómo me aprecian los demás?
-¿Celebro siempre las propuestas ajenas o siento envidia por el hecho de que no se me ocurrieron a mí?
“El secreto de la existencia humana no solo está en vivir, sino también en saber para qué se vive”.
Fiódor Dostoievski, escritor
-¿Contribuyo de manera espontánea y generosa a enriquecer y potenciar las ideas de otros o me enfoco en boicotearlas y despreciarlas?
-¿En qué invierto mi energía cuando la realidad demanda arduo trabajo en equipo: en buscar pelos en la sopa o en explorar opciones para superar las dificultades?
-¿Analizo detenidamente cada una de las posibilidades colocadas sobre la mesa o las descarto a priori?
-¿Soy capaz de mencionar al menos tres aportes concretos y valiosos que he hecho a lo largo de mi vida y que hayan incidido positivamente en las vidas de otras personas?
“Cumplamos la tarea de vivir de tal modo que cuando muramos, incluso el de la funeraria lo sienta”.
Marc Twain, escritor
-¿Qué puedo hacer para ser aún más propositivo?
-¿Me atrevo a dar el paso de imponerme una meta en ese campo para lo que queda del año? ¿Por qué no dos? ¿Y tres?
-¿Cómo van a recordarme quienes me conocieron: como alguien con espíritu constructivo (que suma y multiplica) o como una persona con vocación destructiva (que resta y divide)?
-¿Qué tan valiosas son las huellas que estoy dejando en mi transitar por la vida? ¿Valdrá la pena que otros las sigan?
Se vale discrepar
Una pandemia de larga data
Conozca seis acciones concretas que pueden aplicarse en distintos contextos y situaciones en contra del abuso sexual infantil
Por Cristhiam Álvarez (*)
Recientemente, en el contexto de la pandemia por la Covid-19, apareció un neologismo –que no es tan «neo»– para hacer referencia a la sinergia de pandemias que coexisten e interactúan haciendo más complejos sus efectos y, por ende, su abordaje.
Pero esta «sindemia» no es la primera; de hecho, nuestras sociedades están plagadas de sindemias y la mayoría de estas son de naturaleza social (como la inequidad y la pobreza).
Una de las pandemias que hace sinergia con la Covid-19 es la del abuso sexual infantil (ASI), fenómeno que es a su vez endémico, epidémico y pandémico. Para el 2018, por ejemplo, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, en inglés) estimó que 120 millones de niñas alrededor del mundo (poco más de una de cada diez) habían sido víctimas de ASI; para ese mismo año, el Ministerio Público tramitó 12.028 delitos de abuso sexual infantil en Costa Rica.
A pesar de lo anterior, el ASI sigue presente en la cotidianidad, propagándose cada vez con mayor fuerza y alcanzando a más personas menores de edad (aprovechándose, en el contexto de la Covid-19, por las tecnologías de información y comunicación) y sin una «vacuna» que logre frenarlo. Y al igual que sucede con el SARS-CoV-2, una buena cantidad de personas parecieran negar la existencia de este delito porque, al parecer, sigue siendo un tema tabú en las familias, en las instituciones, en la sociedad.
Mientras tanto, uno de cada cinco niños y niñas son víctimas de ASI, en el 85% de los casos la violencia sexual ocurre intrafamiliarmente y, solamente, el 2% de los casos se descubren en el momento en que ocurren y únicamente, entre el 10% y el 20% de estos llegan al sistema judicial haciendo que el subregistro limite potencialmente las acciones para luchar contra el ASI. Las estadísticas son abrumadoras; la lucha débil y con poca inversión.
Ahora bien, como sucede con otras «pandemias sociales» (como la equidad, la pobreza y la violencia de género), el tratamiento siempre será más costoso que la prevención (las personas sobrevivientes de ASI vivirán el resto de sus vidas con las secuelas del abuso). Aun así, la inversión en prevención requiere esfuerzos que superan lo estrictamente económico y se enfrenta a una serie de dificultades socioculturales, empezando por la reticencia de la sociedad a hablar sobre el tema, a creerle a las víctimas.
Soluciones…
Ante una situación compleja, quizá conviene aportar soluciones simples (que no por ser simples dejan de ser efectivas), como el «esquema de vacunas» contra el ASI propuesto por el movimiento Vacuna Verde, el cual busca que muchas personas –desde sus subjetividades y realidades– se unan en la lucha a través de seis acciones concretas que pueden aplicarse en distintos contextos y situaciones.
- Conocer sobre el tema, acercarse a las estadísticas y las cifras que muestran la realidad del ASI a nivel global y nacional y, en muchos casos, darse cuenta de la magnitud de esta pandemia oculta, de reconocer cuáles son los factores y contextos que hacen que las personas menores de edad sean más vulnerables, con el propósito de prevenir que los abusos sucedan.
- Es clave hablar sobre el tema, quitarle el tabú, desmitificarlo. Esto es importante no solo con las personas menores de edad (con quienes es, claramente, fundamental), pero sobre todo con las personas adultas, quienes muchas veces perpetúan mitos y prejuicios en torno a las personas víctimas o sobrevivientes de ASI. Cuestionar o no creerle a una víctima que manifiesta ser víctima de ASI, es de las situaciones más dolorosas enraizadas en nuestra cultura (sobre todo porque un altísimo porcentaje de los casos es cometido por familiares o figuras de autoridad muy cercanas a la persona menor de edad). Y sí, hablar sobre el ASI es también hablar –nos guste o no– sobre sexualidad…
- Proteger a las personas menores de edad del ASI; es decir, comunicarse con ellas continuamente, estar alertas ante cualquier cambio en sus estados de ánimo o conductas (las personas expertas en el tema han identificado señales o síntomas que indican la presencia de ASI).
- Proteger, en esta era de la información, también implica supervisar el uso que las personas menores de edad hacen de los medios de comunicación en general, y de la internet en particular, puesto que en el contexto de la Covid-19, se ha visto un aumento espeluznante de ASI en línea.
- Conocer y hablar sobre el tema es crucial, pero no es suficiente. Si alguien se da cuenta de que una persona menor de edad es víctima de ASI debe actuar (aun cuando solamente sean sospechas), utilizando para ello los mecanismos existentes para denunciar (como la línea 911). Además, la lucha contra el ASI es un movimiento que requiere que muchas personas –desde distintas perspectivas– se unan, se involucren participando activamente al dar talleres o informar sobre el tema, así como capacitándose si trabaja directa o indirectamente con población menor de edad sea formal o informalmente. Capacitarse para luchar contra el ASI no es una tarea solo de las instituciones que oficialmente tienen esa misión, lo es también de las iglesias u organizaciones basadas en la fe o en la comunidad (asociaciones de desarrollo, comités de deporte, comités culturales, etc.). También es responsabilidad de cualquier profesión que trabaje con niñez y adolescencia capacitarse en la prevención y abordaje del ASI, y es una responsabilidad ineludible para los medios de comunicación (tanto análogos como digitales).
- Por último, existe otra forma de luchar contra el ASI y es apoyando a las personas víctimas o sobrevivientes para que puedan hacerle frente a este flagelo y sus consecuencias, buscando apoyo profesional para esas personas (ya sea en las instituciones públicas o privadas).
En esta sindemia, el ASI está presente afectando a millones de niñas y niños. Siempre lo ha estado, y –a diferencia de la Covid-19– siempre oculto.
Es un buen momento para que, como sociedad, desenmascaremos el «virus» del abuso sexual infantil. Esa tarea comienza en las familias, pero no es labor exclusiva de estas; todas las personas deben proteger a las niñas y los niños de cualquier tipo de violencia.
(*) Cristhiam Álvarez es un eterno curioso de lo humano, de la naturaleza y de lo espiritual. Fascinado por el mundo infantil. Educador por misión, estudiante de psicología por pasión, actor y promotor teatral por vocación y «niñólogo» por profesión. Librófilo, caféfilo, teatrófilo. Con más de 15 años en el sector no gubernamental y fundador del movimiento Vacuna Verde.