Permitir que el otro hable y escucharlo con atención, nos permite apreciar detalles de la realidad que quizá habíamos pasado por alto

Se llama Emilio y tuve el gusto de conocerlo el sábado pasado mientras caminaba casi al final de la tarde con mi perro, Gofio, por algunas calles de Moravia.

La mágica puesta del Sol me sedujo, como suelen hacerlo los espectáculos del cielo, y saqué de inmediato mi cámara fotográfica y comencé a tomar fotos.

El sediento lente de la Canon estaba bebiendo imágenes cuando el guachimán de la calle sur del Colegio Saint Francis y la Capilla de la Congregación de las Oblatas del Divino Amor se acercó a mí para hacer comentarios sobre el ocaso y brindarme información.

“Tengo veinticinco años de cuidar carros en este lugar y he visto puestas del Sol rojas, anaranjadas, amarillas y hasta de color rosado”, manifestó a prudente distancia social.

Me contó que él le ha tomado miles de fotos a la agonía de las tardes veraniegas, pues es un enamorado de esas pinturas de luces, colores, formas y sombras.

Emilio me hablaba del ocaso con la emoción de un niño que conversa sobre la Navidad. Había brillo en sus ojos y pasión en su voz. Me conmovió.

“Marzo es el mejor mes para ver las puestas de Sol y como el planeta va girando, hay que caminar un par de cuadras hacia el norte para ver el atardecer más chiva que hay. No se lo pierda este año”, manifestó.

Este hombre amistoso y conversador me hizo recordar la lejana tarde de finales de los años ochenta en que el artista costarricense Francisco Amighetti (1907-1998) me describió -sentados en su apartamento de un segundo piso del barrio Los profesores, en la Paulina- las sutiles diferencias entre los atardeceres vistos desde las distintas provincias de Costa Rica.

“No todos los días se tiene un encuentro con un guachimán enamorado del Sol”, pensé mientras conversaba con Emilio.

Luego, mientras caminaba de regreso a casa, me pregunté: “¿Y no será, más bien, que pocas o raras veces estamos dispuestos a permitirles hablar (más allá de las pocas palabras que intercambiamos con ellos al entregarles algunas monedas) al mismo tiempo que los escuchamos con atención?”

En estos días de recta final en la ruta hacia las urnas electorales, el recuerdo de Emilio me ha hecho preguntarme una y otra vez cuánto escuchamos realmente al otro ciudadano, en especial al que va a votar por otro candidato u opina diferente a nosotros.

Puede que el afán de no oír con atención a los demás (salvo a quienes piensan como yo) nos esté privando no de la luz de un atardecer, pero sí de apreciar las diversas luces, colores, formas y sombras de esa pintura llamada realidad.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación