Por María Antonieta Chaverri (*)
MOSAICO HUMANO

De todas las imágenes compartidas que pude alcanzar a ver por la muerte de Quino, la que acompaña esta publicación fue quizás la que me resultó más reveladora. 

Transmite la ausencia, la capacidad de sentir de nuestra querida Mafalda –en esta ocasión con su mano en el corazón-, la penumbra que nos cubre en soledad, el dolor por la partida de su padre -aunque nunca se atrevió a llamar hijos a sus personajes-, Joaquín Salvador Lavado Tejón, nombre de pila del artista. Esta gráfica de Mafalda en la banca es quizás cómo ella pasaría su duelo: permitiéndose sentir y pensar en soledad (con intervalos de intensas expresiones).

La ilustración no es obra del maestro, claro está, pero comunica el sentir de quienes admiramos y agradecemos su capacidad de reflejar a la humanidad en su obra, con su humor. He ahí el secreto detrás de la inmensurable cantidad de seguidores de Quino: la empatía percibida.

Dejando de lado algunos críticos que no soportan la “impertinencia” de la pequeña Mafalda -su creación más famosa-, la verdad es que la mayoría de sus seguidores, en más de 20 idiomas, se han sentido reflejados en las caricaturas del agudo y sagaz artista.  

Mafalda, curiosa, idealista, reclamona y crítica ha sido capaz, en sus 56 años de vida y todos los que la inmortalidad otorga a los maestros por medio de sus obras, de darnos voz: ¿Cuántas veces hemos querido preguntar lo que Mafalda? ¿Cuántas veces nos hemos sentido incomprendidos por quienes nos rodean? ¿Cuántas veces hemos soñado y creído en lo que otros piensan es inalcanzable? ¿Cuántas no hemos sentido que las dificultades de la pequeña y su familia son las nuestras? ¿Cuántas no hemos querido decir y gritar lo mismo que ella? ¿Cuántas?… ¿cuántas?

“Es clave la manera en que se colocan y acoplan piezas que son únicas pero todas aportan al conjunto. Lo mismo ocurre en los individuos con cada una de sus características personales y, en las organizaciones, con todos sus miembros”.

Si nos hemos visto reflejados en Mafalda ha sido porque Quino fue capaz de percibir a los seres humanos en su complejo mosaico racional y emocional y, además heroicamente, logró que a través de la niña de melena lacia tupida todos pudiéramos expresarnos. Y digo heroicamente porque la habilidad de la comunicación franca, oportuna y precisa es escasa y demanda valentía. Aún es mucho más escasa la facultad de transmitir todo eso con humor.

He leído que Quino era un hombre callado y observador, dos características imprescindibles para la empatía. El silencio, aliado estratégico en muchas ocasiones, es indispensable para escuchar y percibir. 

En realidad, no sé si Quino fue consciente de cuánta empatía reflejaba su obra. Hace seis años en una entrevista en París, para el diario La Nación de Argentina, dijo: “(…) la gente considera a Mafalda una persona de verdad. ¡Algunos se ofenden cuando digo que es un dibujo más!”.

De lo que sí estoy segura es que, por casi seis décadas, miles de personas hemos experimentado lo bien que se siente cuando alguien palpa y reconoce nuestras esperanzas, congojas, frustraciones y alegrías.

No veremos más al creador de Mafalda, Guille, Manolito, Susanita, Felipe, Libertad y Miguelito, pero sirvan su obra y su legado para que nosotros seamos también capaces de reconocer y responder de manera precisa a las emociones de los demás.

(*) María Antonieta Chaverri es una apasionada de temas relacionados con la creación de valor en la sociedad a partir de las experiencias humanas, la conciencia de la interdependencia y la complementariedad del potencial de las personas. Es Coach de liderazgo trascendente, formadora de mentores y asesora para empresas y organizaciones de diferentes sectores en temas como alineamiento estratégico, liderazgo, transformación cultural y diversidad e inclusión.