(Tercera de una serie de 7 reflexiones sobre el valor de la divergencia)

De los pastores de la primera Nochebuena sabemos gracias a Lucas, quien escribió sobre ellos en los versos 8-20 del capítulo 2 de su evangelio.

Se dice en ese pasaje que una vez que se enteraron del nacimiento de Jesús, “el Salvador”, aquellos ganaderos fueron hasta Belén con el objetivo de ver lo que se les acababa de anunciar.

Aquella noche ese grupo de personas sencillas rompió con la rutina, se apartó del guion de la costumbre, se alejó de la tradición.

Sí, los pastores asumieron riesgos. No creo que hayan dejado el rebaño absolutamente a solas, pero una menor cantidad de vigilantes tornaba a las ovejas -animales sumamente frágiles- más vulnerables ante un posible ataque nocturno de depredadores o ladrones.

El deseo de ver con sus propios ojos, verificar la buena noticia y sumarse al festejo, fue más fuerte que cualquier posible amenaza o peligro.

La oportunidad de conocer al Salvador (no sé si interpretarían esta última palabra en términos políticos o teológicos, pero sea como sea los invadió la alegría y la esperanza) pesó más en la balanza de sus razonamientos que cualquier argumento en contra.

¿Qué habría sucedido si aquellos pastores hubieran sido costarricenses? ¿Cómo habrían reaccionado ante la noticia?

Si nos guiamos por la actitud que predomina muchas veces en las redes sociales ante un anuncio positivo para Costa Rica, sospecho que ese grupo de ganaderos no se habría tomado la molestia de caminar hasta Belén.

“No sé ustedes, pero yo no pienso moverme de aquí. Ya estamos muy grandes para estar creyendo en cuentos de hadas similares a aquel de que cada uno de nosotros iba a tener un BMW si se aprobaba el TLC”, habría dicho Tomás (todos los nombres que menciono son ficticios).

“Yo tampoco voy a ir. A mí no me la hacen, estoy seguro de que se trata de una trampa del imperio romano para ver quiénes estamos dispuestos a participar en un movimiento revolucionario”, habría manifestado Andrés.

“¡Manipuladores! Eso es lo que son. Siempre tratando de tomarle el pelo al pueblo, burlarse de los pobres. ¡Infelices! Ya cansan con esa fanfarria”, habría expresado Marcos.

“No me extrañaría que se trate de una campaña tendiente a cobrarle más impuestos a la lana, privatizar los ríos donde beben las ovejas y recortar las ayudas que nos da el IMAS”, habría intrigado Simón.

“Me huele que detrás de esto hay intereses ocultos. ¡Quién sabe qué negociazo están cocinando! ¡Acuérdense de mí que esto va a terminar en una clase de chorizo bien hediondo!”, habría comentado Saulo.

“A mí me dijeron, de muy buena fuente, que lo que están amarrando es la venta de la Isla del Coco y de San Lucas. Se trata de una imposición del FMI y la OCDE”, habría murmurado Caifás.

“¡Qué va! Es una cortina de humo para que no veamos que están vendiéndole la Caja Costarricense de Seguro Social a un consorcio chino-estadounidense que quiere darnos por la jupa con los EBAIS”, habría afirmado Alejandro.

“¿Y si fuera cierto el runrún de que van a poner un tren para pasearse en el negocio de la carga con burros? Quienquita y Salomé estuviera en lo cierto”, habría sugerido Bernabé.

La lista de posibles reacciones es de no acabar. Y no es que no haya derecho a pensar mal o no existan razones para desconfiar, pero pienso que hemos llevado las sospechas a un extremo muy peligroso: el de la inacción.

Pasamos de la sana y necesaria perspicacia a la enfermiza e inmovilizadora suspicacia.

Suponemos lo peor de muchas ideas. Recelamos de todas las personas. Dudamos de cualquier proyecto. Condenamos diversas intenciones.

Presuponemos, conjeturamos, barruntamos, recelamos, escamamos, murmuramos, intrigamos… ¡FRENAMOS!

Como en Hamlet, de Shakespeare, nos la pasamos diciendo que “algo huele mal” y entonces los prejuicios aplastan a la posibilidad de ver lo bueno con nuestros propios ojos y celebrarlo, como lo hicieron los pastores de la primera Navidad.

Necesitamos una actitud divergente que nos permita avanzar; en vez de una que nos estanque.

(Mañana: los magos de oriente)

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente