Breve crónica de un encuentro fortuito con un hombre auténtico, amistoso, hospitalario, generoso y de sonrisa a flor de labios

Don Aurelio es un campesino humilde como el camino de tierra y piedra que conduce hacia su casa; transparente como el cielo azul que lo acompaña cada mañana mientras trabaja en su finca, y cálido como el fogón de leña en que hierve el agua para el café.

Tuvimos la dicha de conocerlo el domingo pasado mientras caminábamos, contemplábamos y tomábamos fotos en un terreno montañoso ubicado entre los 1.500 y los 1.650 metros sobre el nivel del mar, específicamente en Tablón de El Guarco, provincia de Cartago.

Se encontraba dentro de su finca, a poco metros de un portón de hierro que estaba abierto. Lo saludamos desde la calle y no solo respondió con una sonrisa, sino que además salió a entablar conversación.

Vestía un pantalón de mezclilla desgastado en la pasarela del surco, el barro y el pasto, una camiseta del Deportivo Saprissa, botas embetunadas con polvo y un sombrero de lona que le hacía sombra a una cabeza, bigote y barba entrecanos.

Don Aurelio se recostó contra uno de los postes del portón y desde ahí le dio rienda suelta a la tertulia. Tenía la alforja de la hospitalidad campesina llena de temas: bueyes y boyeros, revolución del 48, pueblos vecinos, agricultura (él siembra papa, maíz y otros productos), ladrones de ganado, actividad turística en la zona y, por supuesto, fútbol.

–Ya está la chimenea de su casa lanzando humo -le dije-, ahorita lo llaman a tomar café.
–Es que están asando unos elotes. ¿No quieren comerse uno con mantequilla?

Ni lerdos ni perezosos aceptamos la invitación de aquel hombre que a simple vista transmitía confianza, bondad y nobleza.

Adentro estaba su familia disfrutando de otros manjares de los que también fuimos convidados: gallos de chorizo con chile y papas asadas.

–Este tipo de maíz se produce aquí una vez al año, así que si vienen dentro de un año podrán comerse otro elote -dijo don Aurelio mientras nos veía devorar aquellos granos grandes y jugosos.

El anfitrión nos invitó a caminar por su finca y ver de cerca el ganado de engorde que él y sus hijos cuidan con tanto esmero. Se trata de una propiedad poblada de árboles en cuyas cabelleras hay nidos de pájaros y ardillas, panales, plantas parásitas, musgo y lianas, y a la cual él y su familia viajan a bordo de un jeep Toyota anciano pero que se niega a jubilarse.

Al cabo de un rato nos despedimos de aquel ser humano auténtico (sin ingredientes artificiales), amistoso, hospitalario, generoso y de sonrisa a flor de labios.

Y, como canta Serrat, mientras bajábamos la cuesta porque arriba en la calle se acabó la fiesta, disfrutábamos el buen aroma que nos dejó aquel maravilloso encuentro fortuito. Era como si la modesta chimenea de lata perfumara la zona con el fragante humo de lo verdaderamente esencial en esta vida.

Otra del mismo cantautor español: De vez en cuando la vida toma conmigo café

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación