En ocasiones, la política pública y económica dan la impresión de transitar de un lado a otro apagando incendios sin llevar a cabo un proyecto de desarrollo

Jorge A. Rodríguez Soto

Cuando se habla de desarrollo se está tratando un fenómeno histórico, que deviene en el desenvolvimiento de la sociedad.

Desde el auge de las corrientes institucionales y el pensamiento centrado en el desarrollo en sí, durante el siglo pasado, se comprende mejor la especificidad del proceso.

Es decir, se entiende que cada sociedad lleva un camino específico, por lo que sus resultados también serán específicos, no se puede esperar que todas las sociedades tengan iguales resultados. El estado actual es el resultado cumulativo de todos los momentos pasados del sistema, por lo cual dependerá de estos y son distintos en cada sociedad.

Este foco en la particularidad de cada proceso único ha llevado a que se pierda de vista el escenario ideal al que se aspira.

Las sociedades avanzan con viento en popa, pero sin rumbo, lo que contrasta enormemente con el siglo XX, caracterizado por la primacía de las grandes estructuras ideológicas.

En ocasiones, la política pública y económica dan la impresión de transitar de un lado a otro apagando incendios sin llevar a cabo un proyecto de desarrollo. Esto es preocupante, ante problemas que muchos denominan estructurales, pues las soluciones inmediatas de coyuntura solo los aplazan sin solucionarlos.

Aún clamando por la necesidad de un poco de visión utópica para marcar el rumbo, debe evaluarse críticamente. Históricamente, las utopías sobre el desarrollo económico y social pueden entenderse desde sus horizontes temporales.

Hay algunas que se articulan de manera a-histórica, es decir, ignorando la naturaleza histórica del desarrollo. En esta categoría entran las ideas altamente especializadas y teóricas, comúnmente de pretensión positivista. El ejemplo más conocido para la economía es la teoría del libre mercado; que propone que seres humanos que actúan racional y egoístamente llevan al mercado y la economía a resultados eficientes de manera automática, en un mundo sin consideraciones históricas, sociológicas o culturales, y pobres supuestos psicológicos.

Este tipo de concepción es a-histórica porque las condiciones de su génesis nunca han existido ni podrían existir.

Además, este tipo de sociedad de mercado perfecto llega a un punto de equilibrio, que se define como el momento del sistema en que las fuerzas contrapuestas se cancelan mutuamente. Así el resultado tampoco tendría historia, un equilibrio es un estado estático sin tendencia al cambio. La inconformidad es lo que motiva el cambio, y no existe en un punto de acuerdo general.

El otro tipo de utopías está más relacionado a concepciones meta-históricas. Estas pueden caracterizarse como teleológicas; la teleología es la corriente que propone que las cosas tienden a fines; es decir, que no se trata de sucesiones de causas y efectos, o resultados incalculables del caos y la aleatoriedad, sino de una tendencia a un fin.

Entre estas entran las ideas de Marx, Hegel, o de algunas religiones. Estas propuestas contemplan un tiempo histórico que tiende a un fin más allá de la historia, usualmente considerando un estado final ideal al que aspirar.

Si bien es cierto que este tipo de concepciones unificadoras, generales y extrapolables a toda sociedad son poco promisorias ante el conocimiento actual, la idea de una aspiración o rumbo no debería dejarse de lado.

Cada sociedad, aunque dependiente de su historia y particularidades, debería mantener ciertas nociones de rumbo y proyecto desarrollo a los que aspirar. Las estructuras sociales cambian, y no por sus propias razones, lo hacen ante la coyuntura y evolución socioeconómica.

Este cambio ocurre independientemente de que se dé cómo un proyecto dirigido o como simple evolución normal sin dirección. El control que puede ejercerse es limitado, pero la noción de una dirección, al menos, es necesaria.

Aspirando a lo imposible se alcanza lo mejor posible. Es cierto que las grandes ideologías generales se encuentran en declive, pero no debemos dejar de lado las aspiraciones a mejores sociedades y economías, nos falta una dirección.

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Jorge A. Rodríguez Soto. Investigador científico, economista y escritor independiente. jorgeandresrodriguezsoto@gmail.com