He estado preguntándome si aquello fue una travesura juvenil o si en el fondo fue mi manera inmadura de intentar bajarle el piso a una persona por el solo hecho de que se apartaba de lo “normal”

Lo que voy a contarles es real. Sucedió a principios de 1980, en la ciudad universitaria Rodrigo Facio Brenes.

Yo era un estudiante de Estudios Generales con 18 años recién cumplidos y con las hormonas de las travesuras en estado de ebullición.

Cotico, cuyo nombre es Fernando Coto Martén, era muy popular en la sede central de la Universidad de Costa Rica (UCR), no solo por su paso interrumpido por la presidencia de la Federación de Estudiantes de esa casa de estudios -electo en 1976 fue despojado del cargo ocho meses después-, sino también por los espectáculos de danza que presentaba en el pretil.

En ese espacio adoquinado bailaba con licra y al son de música interpretada por su combo y los sones de un caracol (“carapacho”) que él mismo interpretaba.

Sus presentaciones aglutinaban a una numerosa cantidad de universitarios, lo cual este sociólogo aprovechaba para divulgar su filosofía del “cuas-cuás”: la acción para formar la participación del pueblo.

Aquellos espectáculos eran, por lo tanto, una mezcla de carnaval y política.

Pues bien, una mañana de inicios de 1980 Cotico montó su función en el pretil.

Como siempre sucedía, el ambiente se animó; los estudiantes reían y aplaudían aquella manera tan particular de transmitir un mensaje.

“Ese personaje levantaba roncha y producía comezón porque rompía con los moldes de lo establecido, lo correcto, lo habitual, lo que nos hacía sentir cómodos”.

José David Guevara Muñoz, editor de Gente-diverGente

Fue en uno de esos momentos de explosión festiva que se me ocurrió hacer una “maldad”. Subí con un compañero hasta el último piso, llenamos cuatro bolsas de plástico con agua y a la cuenta de tres las dejamos caer sobre Cotico y su combo.

Nadie supo que habíamos sido los autores del atentado líquido que concluyó con varias personas empapadas y, quizá, unas cuantas resfriadas.

Recordé esta anécdota en días pasados, cuando diversos medios de comunicación informaron que Cotico estaba extraviado desde el 10 de diciembre pasado, noticia que culminó -afortunadamente- con la aparición de este ser humano divergente.

He estado preguntándome, 41 años después de aquel hecho, si en verdad bañé a Cotico por una travesura juvenil o si en el fondo fue mi manera inmadura de intentar bajarle el piso a una persona por el solo hecho de que se apartaba de lo “normal”.

Entre otras razones, ese personaje levantaba roncha y producía comezón porque rompía con los moldes de lo establecido, lo correcto, lo habitual, lo que nos hacía sentir cómodos.

Sí, el mensaje y la forma de comunicar de Fernando Coto Martén se salían de lo ordinario y acostumbrado. Ese hombre era disruptivo, desafiante y provocador, un dolor de cabeza para el statu quo, una jaqueca para una sociedad conservadora, una migraña para todo aquello que llamamos “correcto”.

Transcurrieron más de cuatro décadas para que el agua de aquellas bolsas me salpicara y me hiciera pensar en la necesidad de revisar continuamente nuestras reacciones -muchas veces inmaduras e irreflexivas- ante lo distinto, lo diferente.

¿Por qué bañé a Cotico? Quizá porque yo necesitaba refrescar mis ideas y pensamientos.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente