Costa Rica requiere un ejercicio político en el que las manos se usen para señalar lo malo y apoyar y aplaudir lo bueno, en vez de ser empleadas única y exclusivamente en inmaduros y vanidosos pulsos de poder

En el mundo de la política, donde la mezquindad suele ser la regla y la nobleza la excepción, resultó refrescante escuchar ayer al presidente del Congreso, Rodrigo Arias Sánchez, reconocerle logros concretos al gobierno del mandatario Carlos Alvarado Quesada; entre ellos, el manejo ejemplar de la crisis sanitaria ocasionada por la pandemia.

“Se brindó solidaridad social cuando fue exigida por la parálisis económica y se minimizaron las pérdidas humanas gracias a preclaras decisiones de vacunación, sin las cuales los impactos sanitarios pudieron haber sido más devastadores”, manifestó quien ocupó el cargo de ministro de la Presidencia en las dos administraciones de su hermano Óscar Arias Sánchez (1986-1990 y 2006-2010).

Don Rodrigo fue generoso también al destacar la buena gestión del gobierno saliente en materia de lucha contra el cambio climático y avances en obras de infraestructura pública.

Y no es que todo fueron flores por parte del liberacionista, quien replicó el último discurso de rendición de cuentas pronunciado por Alvarado. Arias también fue severamente crítico al puntualizar yerros del gobierno que entregará el poder el próximo domingo 8 de mayo.

Dos de los tropiezos señalados por el presidente de la Asamblea Legislativa: la creación de la Unidad Presidencial de Análisis de Datos (UPAD), que incurrió en intervenciones que invadieron la intimidad de los hogares, y dejar sin conexión digital a más de medio millón de estudiantes durante la suspensión temporal de clases debido a la pandemia.

Abundan los pobres de espíritu que se niegan a ver las bondades y éxitos ajenos.

Sin embargo, la alocución del experimentado político fue equilibrada: reproches sustentados en uno de los platos de la balanza y agradecimientos generosos en el otro platillo. Don Rodrigo lanzó al aire la moneda política y permitió que los ciudadanos viéramos ambas caras: lo positivo y lo negativo.

Como dije en el primer párrafo, ese discurso “resultó refrescante”. Marcó una diferencia en un campo en el que la mezquindad es la tónica predominante. Lamentablemente, abundan los pobres de espíritu que conciben la política como el arte de desconocer las bondades y éxitos ajenos, ignorar descaradamente las fortalezas de los otros, cerrar los ojos ante las buenas conquistas de otros bandos.

Ese miserable y perjudicial ejercicio de la política, evidenciado con creces en los debates de la reciente segunda ronda electoral, me resulta cansado y agotador. No aporta. No suma. No construye. No podría ser de otra manera puesto que parte del ego, el narcisismo y la vanidad desenfrenadas.

Si de verdad queremos edificar una Costa Rica mejor para todos en materia de oportunidades, necesitamos más nobleza y menos mezquindad, un ejercicio político en el que las manos se usen para señalar lo malo y apoyar y aplaudir lo bueno, en vez de ser empleadas única y exclusivamente en inmaduros pulsos de poder.

El país requiere de más gestos de nobleza, altura, generosidad y elegancia. Prueba de ello, los niveles de influencia pública que han perdido -y siguen perdiendo- los líderes, sectores y organizaciones que se distinguen por su evidente espíritu de mezquindad.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista con 35 años de experiencia
Asesor en comunicación