Bill Clinton era el presidente de Estados Unidos cuando se realizó la I Cumbre de las Américas entre el 9 y el 11 de diciembre de 1994, en Miami Florida.

En esa ocasión, y en medio de una ajetreada agenda cargada con temas comerciales, le concedió una entrevista de 45 minutos a tres editores del periódico estadounidense The Wall Street Journal, especializado en economía y negocios.

Cada uno de aquellos periodistas grabó el intercambio de preguntas y respuestas, el cual transcribieron por separado durante la noche para reunirse al día siguiente y discutir el posible enfoque del reportaje a publicar.

Sin embargo, los tres coincidieron en que el inquilino de la Casa Blanca habló mucho pero no dijo nada relevante. Se dedicó a nadar en la superficie de la retórica, mas en ningún momento se sumergió en la profundidad de los asuntos discutidos con los jefes de Estado del continente.

Por lo tanto, decidieron que únicamente iban a utilizar una cita de Clinton que cabía perfectamente en uno de los tantos párrafos de un análisis que iban a escribir.

Al cabo de varios días uno de aquellos editores recibió una llamada telefónica de un vocero del gobierno, el cual quería saber por qué aún no se había publicado la entrevista.

El periodista explicó lo sucedido, lo cual provocó la ira del burócrata que le echó en cara lo que calificó como una descortesía con el mandatario “más poderoso del planeta”.

“Dígale al señor presidente que quien no aporta carne no sale en la sopa”, se sacudió el editor, quien nos contó ese episodio a los periodistas que en aquel entonces cubríamos los temas económicos en el diario La Nación.

Una situación similar viví con un ministro de la administración Figueres Olsen (1994-1998), a quien entrevisté en su despacho por más de una hora sin que dijera algo relevante, tan solo evasivas, rodeos, frases prefabricadas… Varias veces se lo hice saber a lo largo de la conversación, pero él se reía.

Al cabo de una semana me llamó por teléfono para preguntarme cuándo pensaba publicar la entrevista. “No vamos a publicar nada porque usted no aportó ningún dato o respuesta importante para los lectores”. Aquel jerarca se enojó, me dijo “Dios lo bendiga” y colgó.

Moraleja (palabra que por cierto no me gusta): así como no todo lo que brilla es oro, no todo lo que se dice en una entrevista merece ser publicado. Por eso hay que prepararse para atender a la prensa, pues quien no aporta carne no solo no sale en la sopa, sino que además pierde credibilidad y poder de influencia.

Comunicar es dar información relevante. Bill Clinton lo sabe muy bien.

Tercer artículo de la nueva sección ComunicANDO, en el sitio Gente-diverGente, cuyo contenido consistirá en reflexiones práctica sobre el complejo arte de la comunicación (en el cual nadie tiene la última palabra). Compartiré con ustedes conocimientos, aprendizajes y experiencias acumulados a lo largo de una trayectoria periodística de 33 años en Grupo Nación, cuya etapa más enriquecedora tuvo lugar entre el 8 de abril del 2010 y el 30 de junio del 2020, cuando me desempeñé como director del periódico El Financiero.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente

Exdirector del periódico El Financiero
Periodista y consultor en Comunicación