“¿Por qué los costarricenses son tan crueles con sus semejantes? ¿Será que se sienten perfectos, inmaculados, y por eso se sienten autorizados a destrozar honras ajenas?”

Este personaje, hijo de una leyenda colonial del folclor latinoamericano, sabe perfectamente que los costarricenses tenemos el vicio de no dejar títere con cabeza, por lo que decidió adelantarse al habitual acto de decapitación.

Fue así como ingresó en nuestras tradiciones debidamente degollado, desprovisto de la parte superior de su cuerpo.

¡Jugado el curita! Evitó ser víctima del espectáculo público de cercenamiento que tanto se practica y disfruta en Costa Rica.

De allí que solo se conozca su hábito o sotana y no se tenga certeza absoluta acerca de las facciones de su rostro, pues aunque en algunas versiones ilustradas este fantasma carga su cabeza, los rasgos varían.

Hay quienes dicen que se trata de un sacerdote católico que experimentó en carne propia el filo del hacha como castigo por no haber honrado su investidura con un comportamiento decoroso.

Otros sostienen que se trataba de un religioso injustamente decapitado por sus enemigos, por lo que su espíritu se aparece deambulando por las noches en calles, ermitas, templos y otros recintos, causando terror entre la gente.

Sea cual sea el caso, sus orígenes parecen remontarse a la época de la “evangelización” con espada y lanza durante la Colonia.

Hace algunas noches me encontré con este personaje. Superado el susto inicial, lo invité a tomarnos un whisky en mi casa; aunque está claro que no puede hablar pues no tiene boca, de alguna extraña manera se comunicó conmigo y me recordó que él no podía tomar -¡vaya torpeza de mi parte!- pero que con gusto se apuntaba a la tertulia.

Me dijo que en su opinión el pánico que él producía era apenas una caricatura comparado con el espanto y el pavor que siente al ver cómo los ticos nos decapitamos unos a otros con saña y placer.

“¿Por qué son tan crueles con sus semejantes? ¿Será que se sienten perfectos, inmaculados? ¿Será que nunca se equivocan, jamás cometen errores y por eso se sienten autorizados a abalanzarse como pirañas y destrozar honras ajenas? ¿Están libres de pecado para arrojar la primera piedra?”

Aquí se habla con ligereza, con el hígado, con el prejuicio, con el complejo, con el odio, con la sed de venganza, con las frustraciones propias.

Tuve que beber un trago largo y sin cubos de hielo para enfrentarme a esas preguntas que deberíamos hacernos cada vez que afilamos la guillotina.

“¡El comportamiento inmisericorde de los costarricenses sí que me asusta, me da miedo! Afortunadamente, me hice cortar la cabeza a tiempo. No quisiera estar en la piel de quienes son señalados, condenados y ejecutados por tantísimos verdugos, al parecer impolutos, en las redes sociales”.

Conversamos largo y tendido. Me preguntó dónde estaban el respeto, la bondad, el debido proceso, la presunción de inocencia, ¡las evidencias!

“Veo que los ticos acusan y condenan sin pruebas, como si la palabrería hiriente y la retórica populista fueran suficientemente sólidas y responsables para enviar a alguien a la guillotina. La gente señala pero no sustenta ni razona. Típico pan y circo romanos”, manifestó el cura.

¿Qué podía decirle yo si cada día soy testigo de la turba enardecida actuando como si fuese tribunal de justicia? En Costa Rica tenemos sin cabeza al diputado, el ministro, el presidente, el exmandatario, el candidato, el DT de la Selección Nacional, el presidente del Tribunal Supremo de Elecciones, el empresario, el sindicalista… ¡a todo el mundo! Somos el país de la eterna decapitación.

Aquí se habla con ligereza, con el hígado, con el prejuicio, con el complejo, con el odio, con la sed de venganza, con las frustraciones propias.

Tenemos el vicio de no dejar títere con cabeza. Ah, pero cuando somos nosotros los cuestionados en cualquier ámbito de la vida…

“¿Por qué ese afán destructivo? ¿De dónde el placer de dañar, desacreditar, desprestigiar, lesionar, menoscabar, aplastar? ¿Qué ganan con tanto odio y veneno? ¿Qué construyen con esa actitud”, me preguntó el Padre sin cabeza.

No supe qué responderle, pues no me gustan las respuestas fáciles y simples. Aún lo estoy pensando y coincido con ese sacerdote que la actitud destructiva de nosotros los costarricenses da más miedo que la leyenda.

Posiblemente, más de un inmaculado pretenda dejarme sin cabeza por compartir esto…

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación