Una de las razones principales por las que me gusta leer la obra cumbre de don Miguel de Cervantes es porque nos recuerda que la vida no tiene porqué ser un eterno campo de batalla entre visiones del mundo aparentemente opuestas, sino que siempre hay espacio para la sana y armoniosa convivencia.

De un lado de la moneda está don Quijote, loco, soñador y fantasioso; en la otra cara, Sancho Panza, realista, pragmático y con los pies bien puestos sobre la tierra.

El primero de estos personajes es un hacendado leído y un iluso enamorado de la justicia caballeresca, en tanto que el segundo es un labriego “con poca sal en la mollera” y obsesionado con la idea de gobernar una ínsula. A uno le interesa “desfacer entuertos”, mientras que el otro tiene apetito de poder.

Y a pesar de sus divergencias ambos logran conformar un equipo y entablar una profunda amistad gracias a los puntos de encuentro que construyen a lo largo de tantas aventuras, experiencias y conversaciones.

Son conscientes de sus diferencias y discrepancias, por las cuales chocan en múltiples ocasiones, pero consiguen encarnar una de las definiciones del vocablo integrar que brinda el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): “Hacer que alguien o algo pase a formar parte de un todo”.

Es parte de lo que plantea el filósofo mexicano Leonardo da Jandra (1951) en su libro Filosofía para desencantados, publicado por el sello Atalanta. Habla de la cultura belicosa y la teoría de la contradicción en que vivimos y que nos conduce a optar por extremos: norte-sur, materia-espíritu, ciencia-religión, arriba-abajo…

Resulta fácil agregar otros elementos a lo que él llama “arena de confrontaciones duales”: bueno-malo, honesto-corrupto, patriota-vendepatrias, neoliberal-socialista y otros etcéteras que encontramos a diario en las redes sociales.

De allí que da Jandra abogue por la teoría de los complementarios: “la posibilidad de una concordancia respetuosa y justa. No se trata de que uno de los extremos de la confrontación triunfe sobre el otro, lo que aquí se busca y se ensaya es el intento de alcanzar un acuerdo armonizador de las diferencias”.

En otras palabras, y tal y como lo dice el filósofo: “conciliar la dualidad”. En vez de apartar y atacar a quien piensa o vive diferente, hacer que “pase a formar parte de un todo”.

¡Todo un reto! ¡Enorme desafío!

Y es que integrar no es una pose, una moda, un maquillaje, una máscara, un discurso hueco o una política institucional o empresarial que se redacta para calmar la conciencia.

Integrar es incluir, conciliar, asociar, sumar, juntar, lo cual implica dejar de lado la arrogante y vanidosa actitud de creer que yo siempre tengo la razón y los demás están equivocados.

El ego desaforado contribuye poco, o nada, en hacer realidad otra de las definiciones que nos regala el DRAE sobre dicho término: “Aunar, fusionar dos o más conceptos, corrientes, etc., divergentes entre sí, en una sola que las sintetice”.

Integrar no es ocultar o disimular las diferencias, sino tener claro que las diversas posiciones forman parte de un todo y que entonces debemos construir un mundo donde nadie quede por fuera.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación