Al punto más alto de Costa Rica se puede ascender y descender con las botas de la observación atenta y el bastón de la poesía. Una sabrosa crónica que nos invita a ver e imaginar

Por José Luis Valverde Morales (*)

Cuando uno sube el Chirripó, en el camino se encuentra gente de casi todas las edades. El ascenso no es fácil; demanda preparación física y mental; hacerlo sin prisa, en silencio, percibiendo el decir del agua, de los árboles, de ese peñón mágico. Es, sin duda, el tejido más cercano de la patria a lo infinito del cielo.

Al despuntar el alba, al inicio del denominado “Termómetro”, se escuchó el sonido particular del jilguero, que semeja el chirrido de una enorme puerta girando lentamente. Sentí su mandato: “aléjate del grupo, escucha las voces del camino”. 

Solitario, mientras sentía las pulsaciones en el pecho y en el cuello, contemplé un enorme roble a la vera del sinuoso camino. Lo miré, advertí otra lección frente a su corteza húmeda: “en la vida, uno se puede descascarar, pero seguirá creciendo, en tanto tenga las entrañas y el corazón fuerte”.

De pronto, las duras pendientes y el aire ralo se convirtieron en un enorme libro abierto. “Ve a tu ritmo, levanta la vista, no sea que pierdas los detalles”, decía una voz interna mientras me susurraba en las orejas gélidas.

Seguir o renunciar…

El ascenso hace que el caminante se debata entre la senda por delante y la renuncia; los músculos y el cerebro entablan un misterioso diálogo, como si de dos seres extraños se tratara. 

La lluvia hizo del polvo fango, como en la existencia, donde “a veces es necesario introducir las extremidades inferiores en el lodo para proseguir la ruta”.

En una parte del camino proliferan los mosquitos; zumban en los oídos, sobrevuelan en la cara. El mensaje es claro: “cuando un insecto se cruza en la vereda, aplauda, si no lo ahuyentas, alguien pensará que celebras la vida”.

“Las enseñanzas se suceden en esta enorme aula abierta, es cuestión de afinar los sentidos”.

José Luis Valverde Morales, periodista

Los caballos de los porteadores, arriados por quienes derivan el sustento de subir las vituallas de los caminantes, son amos del sendero. Los cuadrúpedos mandan en la estrecha vía. A veces en nuestra existencia aparecen seres con estas características. La máxima es: “súbete a la loma mientras pasan”.

En la denominada “Cuesta del Agua”, la más fuerte del sendero y superior en exigencia física a “Los Arrepentidos”, llama la atención un hombre, quien subía a pesar de una visible discapacidad, pero que no le impidió asumir el reto del ascenso. De aquí extraigo otra lección de la montaña: “algunos alcanzarán la cima renqueando, otros no la alcanzarán corriendo”.

Las enseñanzas se suceden en esta enorme aula abierta, es cuestión de afinar los sentidos. Un tronco, aparentemente exánime, parece exclamar que “aún el árbol caído es simiente de vida y esperanza”. Se reafirma en el enorme predio, víctima de un devastador incendio, que ante la incipiente vegetación recuerda como “de las cenizas brotará la vida”.

Política

Es imposible no asociar estas escenas con aspectos de la cotidianidad, hasta de algo tan cercano como la política donde, muchas veces, emergen figurillas nacidas de la lisonja, la adulación, el paisaje. Entonces digo: “a veces el bejuco sube, pero nunca tendrá la majestad del árbol”.

Un zumbido llama la mirada de como “las abejas guardan miel en el vientre del árbol grande”. 

La solidaridad de la naturaleza es evidente, un enorme tronco sostiene a su vecino de igual tamaño cuando se fractura.

Varios caminantes contemplamos la noche estrellada de luna nueva y mientras un objeto se movía errático en la penumbra (alguno lo atrapó en su cámara de video), el macizo susurró: “el creyente y el incrédulo se mueven por impulsos diferentes, para uno visión, para otro simple ilusión”.

Volví de nuevo al Chirripó, hay despedidas con sabor a retorno mientras resuena en la mente el escrito de un letrero del camino: “Aunque los pasos se volvieran lentos y la energía se convierta en fatiga, queda siempre por dentro el instinto primitivo de la fuerza de voluntad”.  

(*) Desde El Chiverral, San Antonio de Escazú, José Luis Valverde Morales, cuidador de casas, lechero, cogedor de café en su natal Escazú, licenciado en Ciencias de la Comunicación UCR, expresidente Colegio de Periodistas de Costa Rica, exdirector de comunicación CCSS y Presidencia de la República, expresidente Asociación Solidarista de la CCSS.