“El discurso político actual puede resumirse en esos tres arquetipos: todos somos lobos, santos o canallas según quién interprete los acontecimientos”

(*) Por Héctor Gamboa

Los motivos del lobo, —recomiendo a quien no lo haya leído que lo busque de inmediato en Internet—, es uno de los más impactantes poemas de inicios del siglo XX.

En esa pieza, premonición tanto del espantoso conflicto ambiental en el que nos hemos sumergido, como de la siniestra y reiterada amnesia colectiva con la que una y otra vez las sociedades post industriales olvidaron su promesa de bienestar en la pira del más abyecto egoísmo, el gran Rubén Darío pone en boca, nada menos que de Francisco de Asís, una frase lapidaria: “En el hombre existe mala levadura”. 

Más que una constatación de la incapacidad perdurable del género humano para el comportamiento ético o una disquisición místico-religiosa, el poema de Darío retrata al mundo con cierto pragmatismo pesimista.

Hay quien dice, y no sin razón, que en el origen de una metáfora tan ruda y, aparentemente, moralizante, el gran vate nicaragüense se retrotrae al mito moderno del “buen salvaje”.

Tal interpretación reconocería que, en el poema, el lobo representa al hombre naturalmente ingenuo (buen salvaje), los vecinos de Gubbio a la masa social y sus conflictos, y el hermano Francisco representaría al hombre moral-racional, otro gran mito de la ilustración.

Como es bien conocido, al final del poema, tras reprender al lobo por el retorno a sus actividades bestiales y escuchar el alegato apasionado del animal sobre su derecho a defenderse del maltrato, a Francisco no le queda más que encomendarse a la divinidad. 

En esa interpretación del texto es imposible la conciliación entre la maldad inherente de la sociedad y la naturaleza buena pero indómita del hombre natural. La consiguiente e inevitable victoria de la violencia es solo un lógico corolario.

Entre las múltiples interpretaciones que han llovido en los meses pasados acerca de las consecuencias de la pandemia y las predicciones de todo tipo sobre cómo saldremos de ella, este poema maravilloso me vuelve constantemente a la cabeza, un día sí y otro también. 

Resulta evidente que el tono de la discusión y los arquetipos presentes en el Gubbio medieval que retratara Rubén Darío siguen con nosotros y nos sirven para responder nuestras preguntas acerca de quiénes somos en medio del creciente conflicto. 

Así, la canalla que apedreó al lobo hasta volverlo de nuevo bestia se encarnaría, según el Gobierno, en Célimo Guido y los pequeños comerciantes coléricos que cerraron las carreteras el año pasado

Para Célimo y los suyos, en el Gobierno y la Asamblea Legislativa con sus recortes y negociaciones con el FMI; para la prensa mundial, en el hombre búfalo del Capitolio y su gavilla de energúmenos; para los QAnon, en la prensa mundial y los pedófilos en contubernio con Antifa y las empresas tecnológicas y, reconozcámoslo sin ambages, para cualquiera con vestigios de sentido común, el mal social mismo se encarnaría en Jair Bolsonaro, Donald Trump, Andrés Manuel López Obrador y la caterva de sus cómplices informados por tan descarada indiferencia hacia las muerte de los más débiles.

Y así, podríamos seguir hasta el infinito observando cómo, alrededor del mundo, en el discurso político y el conflicto social vamos identificando barbarie, víctima y razón a conveniencia, con el propósito de fortificar una determinada perspectiva.

Y, paradojas del sentido, toda turba lapidante se ve a sí misma ya sea como víctima lobuna que amenaza con “volver a las andadas” y trocear a sus contrarios o como santo varón que observa desconsolado la injusticia.

El discurso político actual puede resumirse en esos tres arquetipos. Todos somos lobos, santos o canallas según quién interprete los acontecimientos.

Así que, desde esta página propongo que Los motivos del lobo debería estudiarse en las escuelas de ciencias políticas e historia al lado de El Príncipe de Maquiavelo, el tratado De la guerra de von Clausewitz o La República de Platón y dejarnos de tanta vaina.

En cuanto a mí, que carezco de dientes, garras o colectividad con la cual identificarme a causa de mi cultivada misantropía, debo reconocer que me cuesta tanto identificarme con el lobo de Gubbio como con la turba ventajista.

Para remate, mi ateísmo contumaz me deja hasta sin santo en que persignarme.

(*) Héctor Gamboa se formó como artista plástico en el Conservatorio Castella, la Universidad Karolina de Praga y la Universidad Nacional. Es diseñador gráfico, especializado en libros, ilustrador, autor de obras para niños y adultos, con más de treinta años de experiencia y animador de la lectura.