Hablar de este sistema político en estricto sentido de la palabra es utópico, comenzar y nunca acabar, porque la mayoría de sus principios quedaron en letra, nacieron muertos

Por Pedro Rafael Gutiérrez Doña

Recordar a Karl Marx y a Friedrich Engels como los padres de una criatura llamada comunismo, es revivir una serie de acontecimientos convulsos y sentimientos de toda naturaleza. 

Fue en 1848 que salió a la luz el Manifiesto Comunista y que nos ha dejado hasta nuestros días tres pilares fundamentales de la doctrina: la dialéctica como herramienta imprescindible para el desarrollo, la lucha de clases y, como piedra angular, el proletariado. 

Nos recuerda las luchas internas en la desaparecida Unión Soviética (URSS), responsable de la pérdida de miles de vidas causadas por la lucha de clases, la imposición de nuevas ideas y la eterna disputa entre burguesía y proletariado. 

Nos recuerda a Etiopía, donde medio millón de estudiantes, intelectuales y otras personalidades fueron asesinados por Mengistu Haile Mariam, uno de tantos saltimbanquis del desaparecido mortal Karl Marx. 

¿Y cómo olvidar a Iósif Stalin o Mao que en sus espaldas cargaron las muertes de más de cien millones de personas, fieles discípulos del marxismo?  

En esa herencia político-social-filosófica nos seguimos debatiendo hoy en día, saliendo a flote con flacas democracias, donde se pasea el fantasma del comunismo por los pasillos de las academias, en las oficinas de gobierno y ha sido adoptado por una generación camaleónica, nihilista y rebelde. 

La persistente división de clases, el poderío económico y la imposición de corrientes de pensamiento ideológicos, son usadas en la actualidad para atraer a las grandes masas en el reflujo de su corriente. 

De la mano a la doctrina política, aleteaba sin cesar la corriente filosófica, encargados neciamente en enterrar el teísmo mediante el ateísmo y deificando en su reemplazo a la figura paternal del Estado todopoderoso, como la síntesis de la dialéctica. 

Si cambiamos al Estado, cambiamos a la sociedad, dice la teoría comunista. Si cambiamos al hombre, cambiamos al Estado, respondía la doctrina cristiana en el interminable duelo histórico por sobrevivir. 

Si en los frutos nos enfocamos, la naranja podrida pudrió a las demás, llámense Cuba, Venezuela, Nicaragua o Corea del Norte. 

Los bienes de capital manejados por el Estado y un entretejido monopolio en su administración por la clase trabajadora, mudó a lo que muchos denominan el ‘capitalismo de Estado’, convertido recientemente en la relación adúltera entre la empresa privada y el gobierno.  A la propiedad privada la convirtieron en el botín revolucionario, en la piñata socialista, a la que muchos de sus cuadros le han dado palo durante décadas.

En Europa, asustados, decían que se paseaba un ‘fantasma’ en los aires; el miedo que le tenían asustaba entera a la comunidad internacional. 

La Unión Soviética expansionista, como ha sido siempre, ha mantenido un malabarismo circense en todos estos años, para asegurar su cuota del pastel y reasegurar con el poderío militar que poseen, los reinos que administra.  “Lo que cuenta -decía Lenin- es ser el más fuerte”, y eso lo tienen claro los soviets. 

En nuestra América, la consolidación de las dictaduras militares como la de Ubico en Guatemala, la de Batista en Cuba, Stroessner en Paraguay y Somoza en Nicaragua, soplaron brasas para que el fantasma del comunismo incendiara la región. La democracia… quién sabe dónde estaba. Se fue Batista y llegó Fidel, se fue Somoza y llegó el sandino-comunismo, se fue Stroessner y Ubico y no podemos ver por ningún lado, -a pesar del lavado de cerebro-  los resultados en la realidad.  

Pero aterricemos de una vez y preguntémonos: ¿Cuáles han sido los beneficios del comunismo? La mayoría de regímenes comunistas llegaron al poder mediante la fuerza, a través de socavar conciencias y crear revoluciones.  La intervención del Estado en los medios de producción dejaron grandes fracasos y llevaron a la quiebra a centenares de empresas y por efecto al desempleo a miles de trabajadores. 

Además, la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado no desapareció, al contrario, se fortaleció aun más al incrementar el libre mercado luego del empirismo económico comunista. ¿Y dónde quedó el proletariado? El proletariado no llegó muy lejos, somos nosotros, los de a pié, los en bus, los en taxis, la clase trabajadora, solo que ahora llenos de moderna tecnología y aparatos electrónicos, sin medios de producción y trabajando como siempre, por un merecido salario.

Hablar de comunismo en estricto sentido de la palabra es utópico, comenzar y nunca acabar, porque la mayoría de sus principios quedaron en letra, nacieron muertos. 

Lo que sí está vivo y ha mutado en diferentes variables es su espíritu, administrado en la actualidad por el ‘socialismo del siglo XXI’, un despojo del comunismo, y a la cabeza, una caterva de sátrapas convertidos en un cadáver que huele mal desde hace 173 años.

Pedro Rafael Gutiérrez Doña es periodista.