Poco a poco fui entendiendo que ese campo es uno de los tantos espejos que reflejan con crudeza la condición humana

Crecí en un hogar en el que si bien no desayunábamos, almorzábamos y cenábamos política, sí se le seguían los pasos -con cierto grado de pasión- a esta actividad. Al menos tomábamos café con la repostería del poder.

Mis padres, David y Elizabeth, leían a diario el periódico, veían los noticieros de televisión, escuchaban los informativos radiofónicos y comentaban entre ellos las noticias en torno a los principales políticos del país.

En casa se hablaba de José Figueres Ferrer, Mario Echandi Jiménez, Manuel Mora Valverde, Daniel Oduber Quirós, Rafael Ángel Calderón Guardia, Otilio Ulate Blanco, Francisco J. Orlich Bolmarcich, Fernando Trejos Escalante, Guillermo Villalobos Arce, Rodrigo Carazo Odio y otras figuras que conocían la textura y resistencia de los hilos presidenciales y legislativos.

A finales de los años 60 y principios de los 70 vivimos en Liberia, Guanacaste, lo que me permitió -siendo un niño de 9 o 10 años- conocer a Figueres y Oduber un 20 de marzo o un 11 de abril en que visitaron la Hacienda Santa Rosa para conmemorar la batalla contra los filibusteros de William Walker.

Luego, como periodista de temas políticos, conocí y entrevisté en varias ocasiones a Rafael Ángel Calderón Fournier, Oscar Arias Sánchez, Humberto Vargas Carbonell, Rolando Laclé, Rodrigo Arias Sánchez, Otto Guevara Guth, Rosemary Karpinsky Dodero, Ottón Solís Fallas, Luis Alberto Monge Álvarez, Victoria Garrón Orozco, Jorge González Martén, José María Figueres Olsen, Luis Fishman Zonzinski, Laura Chinchilla Miranda, Miguel Ángel Rodríguez Echeverría, José Merino del Río, Rina Contreras López, Gerardo Trejos Salas, Danilo Chaverri, José Miguel Corrales Bolaños, Abel Pacheco de la Espriella, etcétera.

Fue así, a través de esas y otras personas, como entré en contacto con políticos de todo tipo: inteligentes, opacos, astutos, ingenuos, sabios, torpes, humildes, arrogantes, serios, charlatanes, responsables, imprudentes, comprometidos, oportunistas, honestos, corruptos, constructivos, boicoteadores, visionarios, miopes, estrategas, cortoplacistas, consecuentes, cínicos, razonablemente transparentes, calculadores, valientes, cobardes, consistentes, camaleónicos, experimentados, improvisados, realistas, fantasiosos, de palabra, de doble cara, elegantes, vulgares, grandes, bajos, oradores, habladores, generosos, mezquinos…

Poco a poco fui entendiendo que la política es uno de los tantos espejos (otros son el arte, la religión, el deporte, el periodismo) que reflejan con crudeza -aún cuando se usen máscaras o maquillajes- la condición humana.

En efecto, los políticos son tan misteriosos, contradictorios, vanidosos, temerosos, desconfiados, frágiles, gaveteros, laberínticos, manipuladores, celosos, pendencieros, falaces, irónicos, sarcásticos y más como cualquier ser humano.

“Me gusta la política, por esa dimensión o perspectiva que me permite descubrir, conocer y tratar de entender al ser humano en estado puro, crudo, al rojo vivo”.

Lo digo con conocimiento de causa, porque a muchos de ellos los conocí más allá -mucho más allá- de lo que se publica o divulga en los medios de comunicación. Los vi dudar, llorar, sufrir, odiar, rogar, suplicar, aplastar, humillarse, desdecirse, ofender, maldecir, traicionar, insultar, jugar, bromear, embriagarse (y no de poder), exhibir su ignorancia, quebrarse…

… sí, seres humanos como usted y como yo, personas de carne y hueso (no ángeles ni demonios), gente común y corriente que experimenta en carne propia victorias y fracasos, sueños y desilusiones, aspiraciones y tropiezos, verdades y mentiras, lealtades y traiciones.

Por eso me gusta la política, por esa dimensión o perspectiva que me permite -al igual que lo hace la literatura- descubrir, conocer, explorar, tratar de entender al ser humano en estado puro, crudo, al rojo vivo (sin falsas expectativas de perfección).

Me declaro adicto al ser humano, por encima de sus etiquetas (políticos, empresarios, sindicalistas, líderes religiosos…). Es decir, a la persona tal y como es, con sus pasiones, manías, favoritismos, ímpetus, intereses, afectos, apetencias…

… porque el mundo y la vida no son tan básicos y sencillos como para dividir a la gente entre buenos y malos, puros e impuros, ovejas y lobos. Contrario a los teclados de piano, la realidad posee una amplia gama de grises, tonos y matices.

De allí que me guste tanto sumergirme en las turbulentas aguas de los libros El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, del escritor británico Robert Louis Stevenson, o El vizconde demediado, del italiano Italo Calvino, dos obras en las que bondad y maldad caminan de la mano.

Ya lo dijo Jesús -conocedor del alma humana- hace miles de años: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.

Sí, ¿por qué habría de negarlo?, me gusta la política como espejo humano, me apasiona e interesa como espectador y observador de conductas, comportamientos y reacciones, periodista autocrítico de sí mismo y su gremio (donde hay quienes se creen químicamente puros), ciudadano consciente de que para santos y ángeles están el cielo y los templos, y ser humano imperfecto.

Peligrosa y arriesgada mi confesión en un mundo en el que abundan personas que se creen libres de toda culpa o mácula y que piensan que TODOS debemos pensar, juzgar y vivir como ellos.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente