No se vale juzgar a estas personas, tildarlas de amargadas, calificarlas de malagradecidas, tampoco suministrarles una dosis de teología de la prosperidad o recomendarles un libro de psicología de la fácil felicidad

Estoy leyendo un libro triste, una obra de 509 páginas que incluye un total de 62 fotografías, 27 de las cuales son retratos de niños, adultos y ancianos; en ninguna de estas imágenes se observa una sonrisa.

Rostros melancólicos. Miradas abatidas. Labios trancados. Ceños arrugados por la incertidumbre.

Semblantes que hacen juego con la real escenografía: casuchas de madera, pies descalzos, catres destartalados, ropa raída, lámparas de queroseno, mesas despintadas y con déficit de alimentos, fogones improvisados…

La miseria no sabe sonreír.

Se trata de un volumen habitado única y exclusivamente por campesinos que producían algodón en el sureño estado de Alabama, Estados Unidos, durante la Gran Depresión económica mundial (1929-1939).

Ellos son los protagonistas de Elogiemos ahora a hombres famosos, un documental de la pobreza escrito por el periodista James Agee y con fotos tomadas por Walker Evans, publicado por la editorial Ariel.

Leer este libro me conmueve, pero, sobre todo, me sensibiliza, me abre los poros de la empatía. Me invita a pensar en la gente que nunca sonríe, como la mujer del retrato que acompaña a estas líneas.

Quizá tenía hambre (obsérvela atentamente).

Tal vez le dolía la injusticia (analice esa cara).

A lo mejor le pesaban los sueños frustrados (mírela con compasión).

En la de menos estaba apunto de llorar por sus hijos (trate de ver su corazón de madre).

No se vale juzgarla, tildarla de amargada, calificarla de malagradecida, acusarla de aguafiestas.

Tampoco suministrarle una dosis de teología de la prosperidad o recomendarle un libro de psicología de la fácil felicidad.

¿Qué puedo hacer yo por la gente que no sonríe?, me pregunto cada vez que me sumerjo en esta obra que me acompaña, desafía y duele desde el pasado 19 de marzo.

En realidad, la interrogante se remonta al 14 de julio del 2018, cuando tropecé con la foto de otra mujer triste en el libro Los vagabundos de la cosecha, de John Steinbeck, autor de Las uvas de la ira, Al este del Edén y Una vez hubo una guerra, y premio Nobel de Literatura 1962.

Me refiero a esta imagen:

Cada vez que contemplo el rostro de esa madre me pregunto cómo habrá sido su sonrisa.

La respuesta no es fácil, pues me cuesta imaginar, en vez de esos labios apretados, un cuarto creciente iluminando la faz de ese ser humano también golpeado por la Gran Depresión.

Ella (fotografiada por Dorothea Lange) fue uno de los ciento cincuenta mil estadounidenses que se vieron obligados a emigrar al estado de California en busca de esporádicos trabajos como recolectores de diversas cosechas.

Por lo general, eran recibidos con odio y desprecio; se les pintaba como ignorantes, sucios y portadores de plagas y enfermedades.

La indigencia no sabe sonreír.

Agee, Evans, Steinbeck, Lange… sus textos y fotografías me retan a tratar de calzar los zapatos de quienes tienen rostros llenos de dolor.

No me extrañaría que alguien pregunte a quiénes me refiero, pues a veces invisibilizamos (yo lo he hecho) a quienes no se suman a la fiesta, no participan de la alegría, se mantienen al margen del carnaval.

¿Qué puedo hacer yo por la gente que no sonríe?, una pregunta que se me ha clavado como un aguijón en la recta final del 2021.

Conmoverme es humano, pero no suficiente; únicamente llorar, menos, y conformarme con decir “pobrecito”, muchísimo menos.

Igual de estéril es buscar culpables, endosarle el desafío a otros, darme por satisfecho solo con orar o rezar.

Pienso que el primer paso es aprender a observar a mi alrededor, contemplar el entorno, ser consciente de lo que sucede más allá de mi yo, mi ego, mi vanidad.

Luego, abrirnos a la bondad, solidaridad y generosidad. Oportunidades van a sobrar.

Así me lo enseñó mi padre, un hombre que se realizaba al compartir, ayudar, tender la mano, hacer algo por los demás.

Estoy leyendo un libro triste, que me invita a ayudar a otros a sonreír.

Tercero de cinco artículos inspirados en el libro Elogiemos ahora a hombres famosos, de James Agee, periodista, y Walker Evans, fotógrafo.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación