Lo único que tengo decidido, a 156 días de la próxima jornada electoral, es que sí acudiré al banquete democrático que he saboreado durante los últimos diez comicios nacionales. Soy un ciudadano que disfruta cada una de las visitas que realiza a ese restaurante en el que urnas y papeletas son más importantes que mesas y servilletas.

Cada día me asomo a la cocina donde veintidós chefs de muy diversas escuelas culinarias preparan los ingredientes de los platos con que intentan seducir a los comensales ciudadanos. Husmeo a través de medios de comunicación tradicionales, espacios informativos virtuales, blogs y redes sociales.

Algunas recetas despiden aromas que invitan a destapar cacerolas y sartenes, ver el contenido que por lo general se cuece a fuego lento -aunque no faltan las ollas de presión- y dar una probadita. Sin embargo, también hay caldos y guisos que no huelen bien…

He visto viandas con buena apariencia, con sentido de organización, ¡pero también he topado con cada ensalada y arroz con mango que da miedo!

Me mantengo atento, pues no estoy dispuesto a comerme o beberme todo lo que me sirvan; los años me han convertido en un consumidor político selectivo, un convidado que rechaza el atolillo con el dedo, el pastel de yuca o las sopas insípidas con apariencia de sustancia.

Cada vez soy más crítico, escéptico y receloso, aunque sin llegar al extremo de una suspicacia enfermiza que me haga repetir el tan trillado “definitivamente no hay por quién votar”. No existe la receta perfecta, imposible que un plato complazca y satisfaga los gustos de todos (“a mí el arroz sin cebolla”… “yo no como queso”… “quítemele el rábano”… “la morcilla no puedo ni verla”… “viera qué mal me cae el pollo”…), por lo que hay que seleccionar el alimento que más nos guste y nutra.

Y sí, claro, siempre se puede sufrir colitis, indigestión o intoxicación, pero tomar decisiones en cualquier campo de la vida es asumir riesgos.

Además, tenemos que ser justos y reconocer que de cuando en cuando nos hemos dado cuatro gustos. No hay que ser tan mezquino como para negar que a veces nos hemos chupado los dedos o recogido la salsa con el pan.

Repito: soy un comensal electoral indeciso. Formo parte del 53% de personas que piensan votar el domingo 6 de febrero, pero aún no se han inclinado por alguna de las opciones del menú; no siempre he elegido alimentos con los mismos colores, sino que me he atrevido a variar cuando lo he considerado necesario.

Quiero tomarme el tiempo que sea necesario para evaluar las recetas que preparen los veintidós chefs, masticar y engullir con calma, pues no está el país como para andarse atragantando.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector del periódico El Financiero
Consultor en Comunicación