¿Qué podemos aprender, en este mundo tan complejo, de una mujer que disfruta de su embarazo junto al mar y de una tortuga que desova en la arena?

Por Ericka Zumbado (*)

En un hermoso atardecer me encontraba caminando descalza por la playa, acompañada por mi marido y mi perro.

Mis pies se hunden con cada paso, la arena los cobija y los sostiene con gran suavidad.

Se escuchan las olas reventando en la orilla, la sensación mágica de la espuma acercándose a mis pies, las majestuosas lapas planeando en lo alto mientras se dirigen hacia la cima de un almendro.

El mar y la arena se tiñen de naranja, amarillo y un poco de tinte rosado se observa en las nubes. El sol se empieza a ocultar, regalándonos un verdadero espectáculo.

En ese ambiente de tranquilidad, veo a lo lejos a una pareja. Conforme nos acercamos, distingo la figura de un hombre tomándole fotos con su celular a una mujer embarazada.

Ella con gran orgullo posa mientras muestra su abultado abdomen; él, con gran ternura y meticulosidad, toma las fotografías de aquella que, supongo, es su mujer y lleva en su vientre al retoño de ambos.  

Desde lejos, soy testigo del momento, sus risas, los abrazos y la intensión de capturar en una imagen la experiencia que están viviendo.

La imagen me estremece.  Le digo a mi marido: “¡lo que les espera!”, y ambos soltamos una carcajada que solo los cómplices comprenden, con una gran dosis de alegría, un poco de nostalgia y, confieso que, con cierta cuota de resignación y preocupación seguimos nuestro camino.

¿Qué le diría yo?

La situación mundial está muy difícil; la pandemia, la crisis económica, la salud física y mental de todo un planeta está comprometida.

Muchos buscamos espacios para huir de todo eso y, sin embargo, en el vientre de esa madre crece una criatura que pronto vendrá a ser parte de toda esta compleja realidad.

Surgió en mi mente la pregunta: ¿Qué le diría yo a esa joven madre?

Soy madre de dos mujeres universitarias, empoderadas, abriéndose campo en sus respectivas carreras mientras aprenden de la vida y aunque tengo mucho que aprender aún, pensé que tal vez tendría una u otra cosa que aportar.

“La tortuga se va confiada de que su labor ha sido buena y la madre tierra cuidará de sus huevos”.

Ericka Zumbado, teóloga.

“Tu vida va a cambiar y no precisamente porque tu cuerpo es diferente o porque dormirás mucho menos, sino porque cuando por fin tengás a esa criatura en tus brazos se abrirán las puertas hacia otra dimensión en la que te quedarás atrapada, deseando el bienestar de esa otra persona por siempre. Vivirás muchos momentos felices, vivirás muchos momentos de preocupación”, pensé.

Mientras me acercaba más, quería decirle que va a llegar un momento en que el percentil de tamaño y peso de la criatura no es para nada importante. Llegará el día en que ni recordarás la importancia de las etapas cognitivas de Piaget y el registro de vacunas será parte de una caja de recuerdos.

No importa la edad en que tu bebé deje los pañales: ¡Se graduará del colegio sin ellos, te lo prometo! Un día te vas a dar cuenta que te enamorarás más de tu pareja cuando lo veás hablando de ciencia con tu adolescente, o abrazando a ese ser que está triste porque tuvo un día difícil.  Vas comprender que muchas veces lo único que podrás hacer es eso, dar un abrazo, pues la impotencia impera.  ¿Cómo manejar el día en que tu presencia no es indispensable? Eso llegará a ocurrir también…

Pasaron los días y cada noticia triste “del mundo pandémico de hoy”, me hacía recordar a la mujer embarazada en la playa; mis sentimientos oscilan entre polos de preocupación y esperanza.

La tortuga del atardecer

En días posteriores, salgo de nuevo a caminar por la misma playa al atardecer. Esta vez llovía un poco, el océano no estaba tan calmo, los celajes eran más modestos y no había nadie más.  

De pronto, veo una tortuga saliendo del mar. Me senté en la arena a observarla de lejos para respetar su espacio. Arrastrando el caparazón, con un cuerpo que no es el más apto para desplazarse en la arena, logra subir una gran pendiente. ¿Cuánto peso arrastra?, ¿cómo lo logra? Poco a poco sube, tomándose pausas, encuentra un lugar, abre un hueco, pone sus huevos, los cubre. Ya caída la noche, lloviendo mucho más fuerte, se dirige de vuelta al mar y desaparece entre las olas.

Como espectadora sé que esos huevos enfrentarán problemas para llegar a término, las pequeñas tortugas tendrán retos para ir al mar, crecer y en algún momento quizás alguna vuelva a desovar en esta playa.

Sin embargo, la tortuga se va confiada de que su labor ha sido buena y la madre tierra cuidará de sus huevos, el sol les dará calor, la luna será su guía en la oscuridad, la lluvia y los truenos de alguna forma les dará fortaleza. Se va con la esperanza de que sus crías descubrirán las bellezas del mar.

¿Y la pareja de la playa?  Todo estará bien, una mamá tortuga me enseñó que es importante confiar.

(*) Ericka Zumbado.  Teóloga deseosa de un mundo justo, apasionada por los viajes, las diferentes culturas, el buen vino y el café. Fiel escucha de las enseñanzas de la naturaleza, ama la radio y las páginas de los libros.