(Sexta de una serie de 7 reflexiones sobre el valor de la divergencia)

¿Por qué digo que esa pareja -el hogar donde nació y creció Jesús- fue divergente?

La razón es sencilla: ambos nos obsequiaron una primera Nochebuena humilde e ingeniosa, no ostentosa ni endeudada.

El niño nació en un establo “porque no había lugar para ellos en el mesón”.

No vino al mundo en una clínica privada rodeado de múltiples especialistas que cobran hasta el saludo de “buenos días”.

Su madre lo envolvió en pañales.

Me habría gustado conocer la procedencia y calidad de esas telas o trapos, pero puedo imaginar…

Y “lo acostó en un pesebre”.

¿Qué es un pesebre? Comparto la primera definición que brinda el Diccionario de la Lengua Española: “Especie de cajón donde comen las bestias”.

Esa fue la primera cuna que José y María tuvieron para Jesús.

Me gusta recrear en mi mente escenas de aquella Navidad y veo a José y María como dos personas agradecidas con lo que tenían y dispuestas a sacar el mejor provecho de los recursos -aunque fuera modestos- con que contaban.

Dos seres humanos que se las ingeniaban para salir adelante con lo que hubiera a mano. ¡Tenían espíritu emprendedor!

Por su puesto que habría sido una bendición para ellos que a María le hubieran hecho un baby shower o que la Banca de Desarrollo les hubiera prestado dinero con condiciones favorables (¡lo cual hubiera sido un verdadero milagro!).

Sin embargo, el hecho de no contar con esos y otros recursos no los intimidó ni neutralizó. ¡Se volvieron creativos!

El relato de la primera Nochebuena es una historia de sencillez, pero también de ingenio.

Apenas para reflexionar en el contexto de la llamada “nueva normalidad”.

(Mañana: Jesús)

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente