Hoy, con Nayib Bukele a la cabeza, los salvadoreños pueden trabajar en sus negocios sin ser víctimas de la delincuencia

Pedro Rafael Gutiérrez Doña

Una de las herencias mas nefastas que nos dejó la convulsa situación política en Centroamérica en los años 80 fue sin lugar a dudas la formación de pandillas, específicamente en El Salvador, conocida esta como La Mara Salvatrucha.

Centenares de familias emigraron hacia Estados Unidos en busca de seguridad y una mejor vida para miles de jóvenes que huían de la guerra.  Pero ocurrió lo contrario, la seguridad que buscaban en el exilio, se convirtió en peligro de muerte al ser rechazados por pandillas organizadas en el estado de Los Ángeles-California, motivo que los obligó a organizarse en maras y proteger así sus vidas.

El origen del nombre de esta pandilla se divide en tres palabras que resumen su esencia: Mara, que significa un grupo de personas, Salva, apócope de salvadoreños y Trucha, usado como sinónimo de viveza o de astucia.

Ahora que El Salvador está en la mira de las Naciones Unidas y de centenares de organizaciones de derechos humanos que reclaman el trato a los mareros, el presidente Nayib Bukele le pone el pecho a las balas; en cuestión de unos meses ha eliminado de raíz esas pandillas, reduciendo los homicidios de 23.025 en el período de junio de 2014 a mayo de 2019, durante el gobierno de Sánchez Cerén, a 4.062 de junio de 2009 a febrero del 2023.

Por mi parte, no podría dejar de contar la inolvidable experiencia vivida con mi familia hace algunos años. De visita en ese lindo país, teníamos que decir una contraseña para poder salir de la urbanización y para poder entrar, había que pagarles a los mareros una cantidad de dinero, ya que estaba en poder de los pandilleros armados con fusiles, palos y machetes.

Uno de los aberrantes episodios ocurrió a solo unas calles de donde nos hospedamos. Un día en un pleito por el control de la zona, los pandilleros decapitaron a uno de éstos y una vez con el ‘trofeo’ en sus manos, jugaron al fútbol con su cabeza hasta el cansancio.

En este contexto, había que hacer algo y de manera inmediata. 

Fue así como el presidente Bukele ideó un plan en el que, cual guion de Hollywood, se amarró los pantalones y decidió -a costa de lo que fuera- eliminar a estos grupos delincuenciales. 

Para ello, construyó la prisión más grande en Latinoamérica y de la mano con el ejército persigue casa por casa a los responsables de extorsiones, secuestros y miles de muertes de vidas inocentes. 

El resultado, a esta fecha, son unos 65.000 pandilleros capturados, juzgados y condenados a vivir en el centro penal por el resto de sus vidas.

Una situación que parecía imposible erradicar producto del adulterio que la delincuencia mantuvo durante años con gobiernos y políticos de turno, hoy es un hecho. 

Las voces cómplices de estos asesinos están barnizadas con el cansino y desvirtuado cuento de los ‘derechos humanos’, derechos que jamás defendieron en el pasado ante la muerte y destrucción de miles de vidas inocentes de los salvadoreños.

El vocero principal de los ‘derechos’ de estos personajes, pareciera ser el presidente de Colombia Gustavo Petro, quien señaló que la cárcel donde están recluidos los mareros es un ‘campo de concentración’ y que la manera correcta para eliminarlos -según él- es construyendo escuelas y universidades.

No está demás inferir que al ritmo que pretende Petro eliminar las pandillas nos podrían dar fácilmente unos 20 años, para empezar a ver los frutos de su propuesta. Y mientras tanto, la muerte y la destrucción romperían los porcentajes históricos de homicidios y secuestros.

Fácil es hablar cuando el mal no lo tenemos en el patio de nuestras casas, fácil es victimizar a los pandilleros rapados, descalzos y vistiendo calzoncillos en las cárceles. Fácil es olvidar las muertes, secuestros y torturas a la que sometieron a la sociedad salvadoreña.

Hoy en día, con Nayib Bukele a la cabeza, los salvadoreños pueden trabajar en sus negocios sin ser víctimas de estafa y robo. Las familias bajo amenaza regresaron del exilio y se puede ver a niños y jóvenes disfrutar en parques y plazas, cuando hace solo unos meses esos espacios eran tristes cementerios.

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Pedro Rafael Gutiérrez Doña es periodista.