Breve crónica sobre un hombre agradecido con la gente que visita su tierra y contribuye con la reactivación económica

No sé cuántas veces nos agradeció la visita al puerto del Pacífico, pero sí puedo asegurarles que lo hizo en varias ocasiones mientras nos atendía amablemente en uno de los kioscos donde se venden los famosos Churchill en el Paseo de los Turistas.

Sucedió el pasado viernes 15 de octubre a principios de la tarde. Ya se sabe, ir a esa lengua de tierra que no cesa de lamer al mar y no comerse uno de esos granizados es como turistear en México y no tomarse un tequila o comerse unos tacos.

Lamento no haberle preguntado el nombre a ese trabajador de unos cuarenta y cinco años, piel tostada por el sol, contextura gruesa y, calculo, 1,70 de estatura.

Nos recibió con un saludo amistoso y un chorro de alcohol en las manos de mamá, mis hermanos Frank y Ricardo, y yo. Luego nos trajo los menús y después de que los ojeamos volvió a rociarnos para protegernos contra la COVID-19.

“¡Gracias por venir a Puntarenas!”

Limpió la mesa con esmero, a pesar de que lucía pulcra cuando nos sentamos alrededor de ella.

Mamá dijo que quería un café negro y él le contestó que no solo se lo iba a servir, sino a chorreárselo en la mesa. Y así lo hizo; caminó hasta el mostrador del negocio, esos espacios en media luna repletos de pajillas, servilletas, vasos de vidrio y golosinas, y regresó con un chorreador de madera y una bolsa de tela.

“No es café chorreado, señora. Es café chorreado en la mesa. Vea qué delicia”.

Luego nos preguntó de dónde éramos y le contestamos que de San José.

El viernes pasado, la gratitud se me pareció a un árbol que comparte su sombra y nos permite escuchar el mar.

“¡Gracias por venir a Puntarenas!”

Explicó brevemente las diferencias entre los distintos tipos de Churchill que vendían y se mostró anuente a complacer los gustos de los clientes.

Sin que se lo pidiéramos nos sirvió un vaso de agua fría a cada uno. Detalle importante, pues en los restaurantes de la GAM cuesta que le sirvan agua a los comensales que la solicitan; ¡hay que rogar, insistir, implorar!

“¡Gracias por venir a Puntarenas!”

Le pedimos un baño prestado y ni lerdo ni perezoso nos trajo las llaves y nos echó de nuevo alcohol en las manos después de utilizar el servicio sanitario.

Me llamó la atención el hecho de que ese hombre se mantuviera activo todo el tiempo a pesar de la escasa clientela de ese día. Siempre estaba haciendo algo: limpiando, sacudiendo, acomodando sillas, invitando a otras personas a pasar adelante.

“¡Gracias por venir a Puntarenas! Esperamos que vuelvan pronto”.

No sé cuántas veces nos agradeció la visita al puerto del Pacífico, pero sí puedo asegurarles que lo hizo en varias ocasiones, más de las que registro en esta breve crónica sobre un hombre agradecido con la gente que visita su tierra y contribuye con la reactivación económica en tiempos tan difíciles e inciertos.

La gratitud de ese porteño me dejó un sabor más dulce que el del Churchill que comí con tantas ganas.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación