Son mis favoritos, pues me recuerdan que la apariencia de una persona es tan solo el anverso de una moneda cuyo reverso es la esencia, la sustancia

Por ejemplo, el personaje que interpreta el actor estadounidense Bill Murray en la película St. Vincent, estrenada en octubre del 2014.

Se trata de Vincent MacKenna, un jubilado cascarrabias que vive en Brooklyn, frecuenta bares (bebe en las barras, sin compañía), hipódromos (apuesta con más esperanza que éxito) y night clubs (de donde siempre sale acompañado).

Es un veterano de la guerra de Vietnam que vive agobiado por las cuentas y las deudas, se alimenta con comida enlatada, fuma y tiene muy poca paciencia para escuchar historias ajenas.

Sin embargo, todos esos detalles forman parte únicamente de una cara de la moneda, digamos que del anverso que todos observan.

En el reverso, que casi nadie conoce, hay un ser humano con un corazón bondadoso, un hombre que visita, atiende y consiente a su esposa Sandy (interpretada por Donna Mitchell) en el centro médico donde está internada pues padece alzhéimer; él se encarga de lavarle la ropa en casa.

Además, ayuda a Daka, una prostituta desempleada (Naomi Watts) con los gastos y carreras de su embarazo.

Sumemos un elemento más: de la noche a la mañana acepta hacerse cargo de Oliver (Jaeden Lieberher), el hijo de diez años de Maggie (Melissa McCarthy), una mujer que acaba de separarse de su esposo y que lidia con los complicados e imprevistos turnos del hospital donde trabaja.

Gracias a la profunda amistad que se entabló entre Vincent y Oliver, el niño llegó a conocer la cara oculta y noble del tipo aparentemente rudo y amargado.

Vincent MacKenna, un enamorado de su enorme gato blanco, se encarga de llevar a Oliver a la escuela y recogerlo al final de las clases y darle de comer.

Asimismo, se encarga de entretenerlo mientras la madre del niño regresa a casa… lo lleva a bares e hipódromos y le enseña a pelear para que se defienda de un matón de escuela que lo molesta desde el primer día de lecciones en la escuela St. Patrick.

Es así como se entabla una profunda amistad entre Vincent y Oliver, quien llega a conocer la cara oculta y noble del tipo aparentemente rudo y amargado. El pequeño es capaz de descubrir al hombre incomprendido y juzgado pero con un gran corazón, y valorarlo, amarlo y respetarlo

Oliver llega a admirar tanto al “pecador” que lo presenta -a través de una hermosa y cálida semblanza- como su héroe y modelo durante un festival de “santos” organizado por St. Patrick, una institución donde conviven católicos, agnósticos, budistas, bautistas…

Es así como Vincent MacKenna se convierte en St. Vincent.

Tuve la dicha de ver esta película el viernes pasado por la noche y también el sábado por la mañana, en el que se ha convertido poco a poco en mi canal de televisión favorito: Film&Arts.

Sí, me gustan los santos que pecan. ¡Son mis favoritos! Me recuerdan que las personas son tanto lo que vemos como lo que no apreciamos, que la apariencia es tan solo el anverso de una moneda cuyo reverso es la esencia, la sustancia.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación