Siempre hay maneras distintas de comunicar las historias de toda la vida, los relatos perennes

José David Guevara Muñoz

José y María son dos trompos de colores que tienen la mitad de sus cuerpos cubiertos con cuerdas de manila.

El niño Jesús es un trompo pequeño y barnizado.

Los magos del oriente, a quienes la tradición llama Melchor, Gaspar y Baltasar, son tres de esos juguetes con cuerpo de madera y punta de clavo.

Del mismo material son los pastores de ovejas.

El buey y la mula son dos peonzas de colores.

¡Todo gira, baila, en esta representación lúdica de la primera Nochebuena!

En este caso, el Niño no nació en un establo, sino en el taller de un carpintero. El pesebre es un improvisado lecho de serrín y virutas.

Asimismo, el coro de ángeles es un grupo de perinolas.

La estrella que guiaba a los magos de oriente era un trompo plástico de esos que irradian luces de colores mientras giran sobre el piso.

Se trata de una versión del relato bíblico en la que Melchor, Gaspar y Baltasar, como buenos trompos, se bailan al rey Herodes, lo dejan con la corona (parte superior de este juguete) astillada.

Es una historia de buena madera, escrita por dos diestros ebanistas de la palabra: Mateo y Lucas.

¡Todo gira, baila, en esta representación lúdica de la primera Nochebuena!

Sí, me refiero al pasito de la foto que acompaña a este texto, ese que elaboré este año con ocho trompos y dos peonzas, y que adorna mi sala junto con otros adornos alusivos a esta época.

El trompo es mi juguete infantil favorito. Así es desde aquella lejana mañana en la que mi padre me compró un trompo en uno de los tramos del Mercado Municipal de Liberia, Guanacaste.

Desde entonces, giran los trompos y gira mi imaginación buscando otras formas de contar los relatos de siempre, las historias de toda la vida.

Porque siempre hay maneras distintas de comunicar…

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista