Un gigante de la música alejado del personaje mitológico que él mismo confiesa no reconocer en sus lecturas de los periódicos… Al fin y al cabo, somos nuestra esencia, no la imagen que otros fabrican o imaginan

No la estrella mundial de rock en un escenario maquillado con luces y colores. Tampoco el mito que han contribuido a crear los medios de comunicación. Mucho menos el rompecabezas con piezas de fantasía que arman sus más fervientes seguidores.

Todo lo contrario: un ser humano capaz de confesar, durante una entrevista en la intimidad de su hogar, que es vulnerable, débil y siente miedo.

Ese es el Sting que vi una mañana de estas en la televisión, mientras saltaba de canal en canal en busca de un programa para acompañar mi primer café del día.

Tuve la dicha de tropezar con uno de los cinco capítulos de la serie Leyendas, que transmite Film&Arts; los otros son sobre Jimmy Hendrix, Eric Clapton, David Bowie y Johnny Marr y Morrisey, guitarrista y cantante de The Smiths.

Fue allí donde escuché a ese músico británico, exintegrante de The Police, decir -con los pies bien puestos sobre la tierra- que él no va a poder ser una estrella pop toda la vida. “Quizá al final solo me escuche el perro”, manifestó el bajista y cantante nacido el 2 de octubre de 1951.

Me gustó mucho saber que tiene al ego y la vanidad en su lugar, bajo control… “Hace 15 años sabíamos quién era el número uno (en el mundo de la música); ahora no y no me importa”… “Hace 25 años necesitaba tener confianza y control, ahora no”.

Como expresa uno de los músicos entrevistados para ese capítulo, ahora Sting se ve más relajado porque conoce las paradojas, ahora ve el chiste.

Esa producción muestra a Gordon Matthew Thomas Sumner -su nombre de pila- caminando por el bosque (un contacto que considera vital), jugando ajedrez con un enorme gato negro en sus regazos, mostrando sus manos (a las que califica de “bastante feas”) y soplando en familia las velas de un queque de cumpleaños.

Se le ve además cantando I Hung My Head, de Johnny Cash, una composición que invita a reflexionar sobre la vida y la muerte.

Por supuesto que también hay espacio para su paso por The Police, su lucha por la conservación del Amazonas, sus lecturas de Marcel Proust, el concierto Amnistía junto a Bruce Springsteen y Peter Gabriel, y su eterna pasión por el bajo.

Un Sting muy humano, alejado del personaje mitológico que él mismo confiesa no reconocer en sus lecturas de los periódicos. Incluso esto lo tiene sin cuidado.

Al fin y al cabo, no somos la imagen que otros fabrican, sino nuestra esencia, esa que tarde o temprano sale a flote.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación