Conversar con mis sobrinos sobre el desarrollo del país es como abrir puertas y ventanas, y permitir que la brisa corra y refresque. Es un diálogo de llaves, no de candados, picaportes y aldabas

Tengo dos sobrinas, Natalia, de 25 años, y Andrea, de 21, y dos sobrinos, Matías, de 23, y Pablo, de 19. Me siento sumamente orgulloso de ellos, pues son jóvenes a los que les interesa y preocupa el presente y el futuro de Costa Rica.

De cara a los comicios del pasado 6 de febrero, los cuatro se informaron sobre las distintas propuestas electorales, siguieron los debates, conversaron y debatieron con sus padres, discutieron con sus tíos, conversaron con sus amistades, analizaron y decidieron por quiénes votar.

Sí, todos acudieron a su cita con las urnas; al mediodía del domingo anterior, ya habían marcado y depositado ambas papeletas, y el resto de la jornada siguieron con entusiasmo el desarrollo de los acontecimientos.

Los gustos y decisiones de Cuchu, Purrujilla, Cuca y Ponchi no coincidieron con los de este tío, pero ¿saben qué? Eso me tiene sin cuidado, pues lo que realmente importa es que participen, sumen y aporten; además, prefiero vivir en una sociedad que abraza múltiples perspectivas a una en la que se impone solo una forma de pensar.

Me gusta escucharlos cuando exponen, alrededor de la mesa del comedor de la casa de mi madre, sus opiniones, interpretaciones y visiones en torno a ese gigante de humo que llamamos realidad.

Ellos enriquecen mi visión de mundo con ideas frescas, posiciones retadoras, hipótesis recién salidas del horno, preguntas inquietantes.

En esas tertulias, por lo general dominicales y olorosas a café, hablan de sus inquietudes, sueños, preocupaciones, temores y preocupaciones sobre el rumbo del país.

A veces estamos de acuerdo, pero también discrepamos con respeto y con el afán de entender y construir, no con el vanidoso y arrogante deseo de aplastar o imponer.

Ellos me inyectan esperanza y optimismo al mismo tiempo que enriquecen mi visión de mundo con ideas frescas, posiciones retadoras, hipótesis recién salidas del horno, preguntas inquietantes y muchos puntos suspensivos pues la tertulia siempre queda abierta, es un proceso continuo.

Conversar con mis sobrinos es como abrir puertas y ventanas, y permitir que la brisa corra y refresque. Es un diálogo de llaves, no de candados, picaportes y aldabas.

Soy un tío políticamente orgulloso y convencido de que es mucho lo tengo que aprender de Natalia, Matías, Andrea y Pablo.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación