… para que puntualicen, expliquen, concreten y nos digan cómo piensan hacer realidad sus propuestas en un contexto de elevado déficit fiscal en el que todo el mundo trata de capearse el tiro

Quienes peinan canas o acarician calvicies posiblemente recuerdan la pregunta recurrente que antaño le hacían los suegros a los muchachos enamorados que solicitaban permiso para visitar a la novia: “Dígame joven, ¿cuáles son sus intenciones?”

Esa consulta, ya pasada de moda, no es válida hoy día ni siquiera para quienes le piden permiso a los ciudadanos -en los procesos electorales de cada cuatro años- para entablar una relación formal con alguna de las 57 curules de la Asamblea Legislativa.

Los problemas del país (muchos ellos acumulados), desafíos (nuevos cada día) y oportunidades (que no debiéramos desaprovechar) son tan relevantes que no podemos darnos el lujo de conformarnos con interpelaciones tan abiertas que se presten para respuestas generales.

A los tórtolos del Congreso hay que interrogarlos a fondo, someterlos a exhaustivos ejercicios de pregunta-respuesta, obligarlos a profundizar y concretar sus ideas, planes y posiciones sobre temas críticos y vitales para el desarrollo nacional.

Se les debe cuestionar y confrontar hasta el cansancio, hasta que queden claros sus objetivos y propósitos, o bien que resulte evidente que la palabrería supera a la sustancia.

En efecto, insistir hasta la saciedad, persistir hasta llegar al fondo, machacar hasta que se haga la luz. No dejar cabos sueltos (y si algunos quedan así señalar a los responsables con nombres y apellidos).

Sí, que quienes aspiren a legislar enfrenten el horno de fuego de las preguntas importantes, inteligentes e incómodas, y el foso de los leones que no sueltan a la presa hasta que le den carne -en especial, el CÓMO piensan hacer realidad sus propuestas en un contexto de elevado déficit fiscal en el que todo el mundo trata de capearse el tiro, tramitomanía, camisas de fuerza y serios retos en materia de reactivación económica post-pandemia-.

No se trata de una especie de “Santa Inquisición”, pues el objetivo no es condenar ni quemar a quienes piensen diferente, sino permitir que los votantes conozcan los frutos que pueden dar las futuras higueras legislativas.

No está la situación de Costa Rica como para que después del próximo 1º de mayo nos preguntemos -como suele ocurrir y con las excepciones del caso-: “¿En qué momento elegimos a este inepto o a esta ignorante?” “¿Cómo llegó ese pachuco a Cuesta de Moras?” “¿Quién le dijo a esa señora que podía ser diputada?”

Hay que enterarse antes para no arrepentirse después (o arrepentirse menos) ya que es el país quien paga las consecuencias.

Ya que los ciudadanos nos vemos obligados a elegir diputados mediante listas cerradas y bloqueadas -impuestas por los partidos-, demandemos que al menos haya apertura por parte de los candidatos.

Que no sean de mansa recepción las decisiones de organizaciones o dirigentes que le prohíben dar declaraciones a sus aspirantes (¿por qué tenemos que votar a ciegas o en automático?).

Esto aplica, en especial, para los periodistas que cubren los procesos electorales (las distintas audiencias tienen derecho a exigir una cobertura profunda), pero no está de más que tomen nota también los gremios, instituciones académicas y programas de radio que realicen debates, conversatorios, entrevistas y otros formatos.

A quienes cortejen las curules hay que interrogarlos hasta el cansancio. No se vale preguntar “¿cuáles son sus intenciones?” y después permitir que digan lo que quieran.

Los ciudadanos necesitamos saber de qué están hechos quienes coquetean con nuestro votos. El sufragio no tiene porqué ser una piñata llena de sorpresas.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente