Con la comunicación suele suceder lo mismo que con el enamoramiento: al principio todo es perfecto, una maravilla, no vemos defectos; pero cuando transcurre el tiempo empezamos a detectar “pulgas” en el sistema

La primera actividad no rutinaria que hice este martes 29 de marzo del 2022 fue encender la computadora, buscar un artículo que escribí ayer con la idea de publicarlo en este espacio y proceder a eliminarlo.

Título, dos subtítulos, veintidós párrafos, tres fotos y una frase destacada se fueron al basurero en cuestión de un clic.

¿Me dolió hacerlo después de todo el tiempo y esfuerzo que invertí? No. De lo que sí me habría arrepentido es de publicarlo; afortunadamente no lo compartí de inmediato, recién salido del horno, sino que lo dejé en reposo toda la noche.

Se me ha hecho costumbre despertar a las 3:00 a.m. y permanecer así una media hora para luego dormirme de nuevo. Pues bien, esta madrugada aproveché ese espacio de desvelo para preguntarme si valía la pena o no divulgar dicho texto.

Luego de sopesar pros y contras decidí no hacerlo público, pues concluí que le faltaba balance y que despedía un cierto aroma a bilis (y la verdad es que en estos días circulan demasiados escritos higadosos como para agregar uno más al decadente paisaje electoral).

Cierto, no siempre se puede dejar en reposo lo que queremos publicar, pero el arte de la comunicación sale ganando cuando nos distanciamos por unas horas del comunicado, la campaña, el derecho de respuesta, el correo electrónico, la circular…

El reposo es la respiración consciente de la comunicación.

Y es que con la comunicación suele suceder lo mismo que con el enamoramiento: al principio todo es perfecto, una maravilla, no vemos defectos; pero cuando transcurre el tiempo empezamos a detectar “pulgas” en el sistema. Por eso no hay que casarse de buenas a primeras ni divulgar de manera impulsiva.

El acto de dejar en reposo lo que pretendemos comunicar nos permite someter el contenido a la prueba ácida de la mesura, al examen de la autocrítica, el test de la reflexión pausada. La prisa es enemiga de la buena comunicación.

La experiencia nos recuerda una y otra vez la necesidad e importancia de frenar, sosegar y contener. El reposo es la respiración consciente de la comunicación.

En un mundo de carreras, apuros e impaciencia, vale la pena luchar por darle espacio a la pausa que afina, la calma que rectifica, la demora que nos libra de dolores de cabeza.

¿Cuántos errores, polémicas, escándalos y dolorosas aclaraciones se evitarían las personas y organizaciones si le concedieran a la espera inteligente el lugar que merece?

Comunicar es dejar en reposo. Gracias a esta verdad, hoy no tendré que arrepentirme de haber publicado un artículo que bien merecía haber sido eliminado.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista con 35 años de experiencia
Asesor en comunicación