Los lagartos de la corrupción, los cocodrilos de los privilegios obscenos y odiosos, y los caimanes de la complicidad están arrastrando al país hacia aguas extremadamente turbulentas

No me refiero, con el título de este artículo, a la tradicional captura de un cocodrilo o un caimán que se realiza cada Viernes Santo en la comunidad Ortega de Bolsón, Santa Cruz, Guanacaste. Esa en la que un reptil apresado con manos y redes en un afluente del río Tempisque es llevado luego a la plaza del pueblo y liberado al día siguiente.

Tengo en mente, más bien, una lagarteada mucho más preocupante y controversial: esa en la que los papeles se invierten, pues el animal, en lugar de ser sometido, es quien ataca: abre sus mandíbulas en las arcas del Estado, atrapa un buen negocio o privilegio, destroza la confianza en las instituciones y engulle la paciencia de los ciudadanos.

Lagarteada que se da cuatro gustos no a costa de la ecología, sino de la economía, pues en este caso quienes disfrutan del festín no son los lagarteros que conducen al caimán hacia la red, sino el cocodrilo voraz e insaciable que hace uso de una red mucho más peligrosa: la de la corrupción.

En la ancestral costumbre guanacasteca (según se dice, se remonta a por lo menos doscientos años) está claro que la víctima es el animal, en tanto que en la lagarteada de los fondos públicos (esos que se nutren con los impuestos que pagamos) hay depredadores tan astutos y colmilludos que se las ingenian para victimizarse y seguir tomando el sol y saboreando opíparos banquetes como si nada hubiera pasado. Lágrimas de cocodrilo…

Sí, gracias a la fortaleza de sus cuellos (esos que alimentan y vigorizan con cochinillas, beneficios para unos pocos, trozos de cemento, privilegios intocables, escombros de trochas, túnicas de dioses del Olimpo, restos putrefactos de comisiones, pensiones de lujo, peces gordos alimentados por el narco, desperdicios de pollo y salchichón para asados y otros alimentos que forman parte de los fondos de emergencia de sus escondites) logran darle vuelta a la situación y salirse con la suya.

Lagartos de piel gruesa a los que todo les resbala. Reptiles con escamas que los protegen. Depredadores con placas en el lomo que funcionan como escudo. Bestias acostumbradas a las mordidas, que se ríen cuando escuchan el eterno estribillo “esto va a traer cola”, pues son maestros en el arte de dar coletazos para desviar la atención y huir.

Se burlan también de la manoseada expresión “vamos a llegar hasta el fondo”, pues en el fondo están ellos con sus afiladas dentaduras…

Me llama poderosamente la atención el papel que juega el ruido en ambas lagarteadas, la de Ortega de Bolsón y la de Orgía en el Bolsón. En la primera de ellas, los lagarteros golpean el agua, hacen ruido para que el reptil nade hacia la red. En la segunda abunda el ruido mediático y el de las redes sociales, ¿y luego? ¿Pura bulla?

“Me he preguntado una y otra vez durante las últimas semanas si los lagartos de las arcas del Estado (y sus aliados) tienen algún grado de conciencia sobre el daño que le están haciendo a Costa Rica”.

Otro elemento en común: la aparente legalidad de todo cuanto se hace. La lagarteada de la pampa es supervisada por funcionarios del Ministerio de Ambiente y Energía de Costa Rica, la Cruz Roja, la Fuerza Pública y Tránsito, y debe contar con los respectivos permisos burocráticos, mientras que la lagarteada de la pompa… ustedes conocen el cuento….

Para colmo de males, lagarteadas del segundo tipo tienen lugar mientras nuestro país se queda sin el auxilio del Santo Patrono de la Ética. Se suma a este agitado ambiente el silencio obligado de algunos políticos que saben que “calladito te ves más bonito” (entre lagartos no se muerden la cola) y los cacareos de los guasones que aprovechan este tipo de situaciones para tratar de llevar agua a sus molinos (lagartijas con complejo de caimán).

Me he preguntado una y otra vez durante las últimas semanas si los lagartos de las arcas del Estado (y sus aliados) tienen algún grado de conciencia sobre el daño que le están haciendo a Costa Rica. Están jugando con fuego (acercando la llama a un polvorín) y jalándole el rabo a la ternera (que ya tiene menos cola que un chancho).

No promuevo ni respaldo el uso de la violencia para enfrentar problemas o frustraciones, pero percibo preocupantes señales de cansancio, hastío y enojo por parte de diversos sectores de la población que ya están hasta la coronilla de los vivazos que se dan la gran vida a costa de los impuestos que tanto cuesta (y duele) pagar.

¡Estamos llenando la piscina de los fósforos con gasolina! ¡Estamos produciendo vino con las uvas de la ira! ¡Estamos atascando las alcantarillas de la paciencia!

Los lagartos de la corrupción, los cocodrilos de los privilegios obscenos y odiosos, y los caimanes de la complicidad nos están arrastrando por un río que ha sido a veces calmo, a veces agitado, pero que puede tornarse extremadamente turbulento si no le ponemos coto a la lagarteada de los fondos públicos.

No estoy llamando a la violencia, sino pidiendo que dejemos de lado la indiferencia y el autoengaño, abramos los ojos y actuemos con justicia, sensatez y responsabilidad.

Me preocupa Costa Rica.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector del periódico El Financiero
Consultor en Comunicación