Lo confieso: hay días en los que tengo que hacer un esfuerzo extraordinario para no caer en la tentación de escribir y compartir unas cuantas palabras tóxicas y ponzoñosas en las redes sociales. Al fin y al cabo, soy un ser humano.

Sin embargo y en aras de enfrentar esa pasión, poco a poco he ido elaborando un “suero” de preguntas que me hago y procuro responder con honestidad cada vez que siento el deseo de inocular un texto nocivo para la salud.

Comparto las 30 que he reunido hasta ahora:

-¿Qué sentido tiene publicar esto? ¿Vale la pena herir o lastimar a otra persona?

-¿En qué me beneficia divulgarlo? ¿Qué gano realmente con lanzarlo a los cuatro vientos?

-¿Hay sentido de justicia y balance en lo que acabo de redactar o lo escribí atendiendo al dictado del ego, los complejos, los prejuicios y las frustraciones?

-¿Es esta la imagen, la marca personal, que quiero proyectar ante mis semejantes? ¿Qué concepto pueden formarse de mí los demás si leen esto?

-¿Representa este texto mis principios y valores? ¿Es consecuente con mis ideales, creencias y convicciones?

-¿Cómo defino yo la palabra respeto? ¿Qué significan para mí los vocablos elegancia y altura? ¿Tendrá algo que decirme la ética?

-¿No hay ya demasiado odio y resentimiento en el país y en el mundo como para agregar un poco más?

-¿Cómo me siento verdaderamente ante este comentario? ¿Refleja lo mejor o lo peor de mí? ¿Cómo reaccionaría yo si alguien me dedicara estas líneas? ¿Cuán empático soy en este momento?

-¿Es estrictamente necesario compartirlo ya o puedo dejarlo en reposo para consultarlo con la almohada? ¿Y si le pido su opinión a alguien muy cercano y de confianza? ¿Soy lo suficientemente maduro para contenerme o me dominan mis instintos?

-¿Qué pesa más en mí: el hígado, el corazón o el cerebro? ¿A cuál personaje de Robert Louis Stevenson me parezco más: al civilizado Dr. Jekyll o al monstruoso Mr. Hyde?

-¿Me sentiré orgulloso mañana de haberlo publicado o me dará pena y vergüenza?

-¿Sería capaz de decirle esto a la otra persona en la cara o simple y sencillamente estoy actuando como un cobarde?

-¿Tengo evidencias concretas para sustentar lo que digo o actúo de manera impulsiva e irresponsable?

-¿Agrego valor con estas palabras al debate público o acaso no estoy ofreciendo más que hojarasca? ¿Es esto lo mejor que puedo dar de mí? ¿Le hace honor esto a mi educación y a mi capacidad de razonar?

-¿Es este un uso digno de mi libertad de expresión?

-¿Podría replantear mis palabras en aras de darles más bien un sentido constructivo?

Sí, hay días en los que tengo que plantearme estas 30 preguntas para evitar caer en la tentación de escribir y compartir unas cuantas palabras tóxicas y ponzoñosas en las redes sociales.

Después de todo, este mundo está más necesitado de antídotos, bálsamos y remedios que de veneno.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista con 35 años de experiencia
Asesor en comunicación