Breve crónica de una visita a un restaurante en el que la calidad de la atención al cliente fluye en todo momento y no se evapora por culpa de pequeños detalles

Pedir un vaso de agua es la prueba más sencilla para medir la calidad del servicio al cliente en un restaurante de Costa Rica.

Lo digo porque son muchos los casos en los que me he quedado con las ganas de que me sirvan un poco de ese líquido, a pesar de mi insistencia con los camareros.

Algo extraño sucede porque usted es absolutamente visible si ordena una cerveza, una copa de vino, una refresco gaseoso o un jugo natural. ¡Se lo sirven en breve!

Sin embargo, el comensal se torna invisible, desaparece de la vista de los meseros, en cuanto comete la osadía de solicitar un vaso de agua. ¡Cuesta mucho que se lo lleven a la mesa!

Me pregunto: ¿será porque ese pedido no se incluye en la cuenta, no se cobra a menos de que se trate de agua embotellada?

Pongo este tema sobre la mesa a raíz de la excelente, y excepcional, experiencia de atención al cliente que viví ayer en el restaurante La Finca, ubicado contiguo a Coopearsa en Sarchí Norte.

Visité ese local en compañía de mi hermano Alejandro. Llegué con sed después de participar en una actividad al aire libre que contó con la cálida presencia del sol.

Recién ocupamos una mesa cuando le pedí un vaso de agua a un camarero. Teniendo presente múltiples experiencias personales, hice la petición con más escepticismo que confianza.

“Después de almorzar solicité otro vaso de agua y ¿qué cree usted que pasó?”

¡Hombre de poca fe!

En cuestión de dos minutos me sirvieron un vaso de agua fría que agradecimos mi reseca garganta y yo.

Después de almorzar solicité otro vaso de agua. Esta vez a una mesera. Lo hice por dos razones: porque aún tenía sed y porque quería tener una especie de segunda opinión…

Una vez más, en cuestión de uno o dos minutos recibí lo pedido.

En honor a la verdad, la pronta y satisfactoria respuesta que recibí en ambas oportunidades estuvo en consonancia con la calidad del servicio de que fuimos objeto mi hermano y yo con los platos y bebidas solicitadas.

Compartí mi satisfacción con mi hermano, quien me contó que una vez llevó al restaurante La Finca a papá y a mamá, y que mi tata quería un plato que no estaba en el menú: sopa. La administradora se enteró del deseo de mi viejo y giró instrucciones para que le prepararan un manjar que dejó complacido al comensal.

No me cabe ninguna duda de que el servicio al cliente es el verdadero plato fuerte de ese negocio.

¿Hará falta especificar el nombre del restaurante al que iré la próxima vez que pase por Sarchí Norte?

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación