El mundo de los desafíos, oportunidades y decisiones no es como Facebook o Twitter, esas redes donde muchos hacen afirmaciones temerarias y sin ningún sustento

En el capítulo 4 de la serie Lupin, de Netflix, una experimentada reportera francesa llamada Fabienne Bériot, afirma en tres ocasiones que “un periodista jamás revela sus fuentes”. ¿Estamos de acuerdo con esa regla?

Yo no. Treinta y cuatro años de experiencia en el ejercicio del periodismo me han enseñado que quien ejerce esta profesión tiene el deber de identificar el origen y sustento de las informaciones en la inmensa mayoría de los casos.

Claro que hay excepciones, pero tiene que tratarse de situaciones muy particulares y especiales para que califiquen como tales, y, además, los reporteros tienen la obligación -si quieren ser reconocidos como serios y veraces- de confirmar en otras fuentes lo que les dicen los informantes que solicitan permanecer en el anonimato.

Los diversos públicos de los medios de comunicación tienen derecho a saber cuál persona, empresa, institución u organización suministró los datos, estudios, expedientes, investigaciones, pruebas o análisis que respaldan las publicaciones.

Eso le permite a las audiencias sopesar el rigor y credibilidad de la procedencia de los elementos más relevantes de una noticia, reportaje o informe especial.

Dicha práctica garantiza, además, que lo que se divulga responde a un hecho o dato concreto y no a la opinión personal del periodista, la cual nada importa o interesa en el periodismo informativo (a pesar de que hay reporteros que sucumben a la tentación de editorializar o expresar sus puntos de vista donde no deberían tener cabida).

Esta manera de operar no solo debería fortalecerse en el mundo del periodismo, sino convertirse en norma inquebrantable en todos los campos de la comunicación.

“Así como en el quehacer del periodismo informativo poco o nada importa lo que piensen los reporteros, en la operación de las empresas, instituciones y organizaciones es irrelevante -aunque suene duro- lo que se asevera o plantea sin el respaldo de una fuente (estudio, investigación, análisis…) confiable”.

Vivimos en un mundo tan cambiante, incierto, adicto a los rumores y lleno de afirmaciones falsas o ligeras en el que marcan diferencia y ganan fama de confiables las empresas, instituciones y organizaciones que revelan (a lo interno o a lo externo) con transparencia y precisión las fuentes en las que apoyan sus afirmaciones.

¿Con base en qué aseguramos que conocemos las nuevas necesidades e intereses de los consumidores? ¿A partir de cuál estudio o datos aseveramos que somos los líderes del mercado? ¿En qué se basa nuestra nueva estrategia de sostenibilidad? ¿Quién dice, y apoyado en qué, cuáles son los países que representan mejores oportunidades para los negocios? ¿Cuáles investigaciones marcan el norte en materia de innovación de productos y servicios? ¿Qué respalda la pasión con que vendemos “ideas ganadoras”?

¿Será que seguimos tomando algunas decisiones importantes (¡y caras!) a ojo de buen cubero, a puro olfato, guiados por sospechas, corazonadas, caprichos, ocurrencias, bolas de cristal, entusiasmos pasajeros, gurús expertos en vender humo y los famosos “algo me dice que…” o “se está cayendo un negocio de…”?

¿Cuán transparentes y rigurosos somos con las fuentes en que basamos las estrategias y golpes de timón en las organizaciones?

Que alguien sea experto no significa que lo sepa TODO, y que una idea parezca buena no implica que vaya a tener éxito. No lo digo yo, lo afirman los miles de productos que han sido lanzados y promocionados con bombos y platillos y que más rápido que pronto acaban en el cementerio de las ocurrencias.

Así como en el quehacer del periodismo informativo nada importa lo que piensen los reporteros, en la operación de las empresas, instituciones y organizaciones es irrelevante -aunque suene duro- lo que se asevera o plantea sin el respaldo de una fuente (estudio, investigación, análisis…) confiable.

El mundo de los desafíos, oportunidades y decisiones no es como Facebook o Twitter, esas redes donde muchos hacen afirmaciones temerarias y sin ningún sustento.

Comunicar es respaldar lo que se dice, revelar las fuentes. Muy peligroso jugar con cartas que no están sobre la mesa. ¿Estamos de acuerdo con esa regla?

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector del periódico El Financiero
Periodista y consultor en Comunicación