Quizá la mejor respuesta a esta pregunta no la obtengamos del señor Howell, Aristóteles Onassis, Robert Vesco ni los ganadores de la Rueda de la fortuna, sino de un niño de 9 años llamado Taylor…

Mi recuerdo más lejano de la palabra millonario se remonta a los años de mi infancia en la que, a través de una pantalla de televisor en blanco y negro, veía una serie llamada La isla de Gilligan.

Se trataba de la historia de siete personas que naufragaron en un territorio de alta mar luego de que una fuerte tormenta echara a perder sus planes de dar un paseo de tres horas a bordo de un yate.

El primer episodio fue transmitido en Estados Unidos el 26 de setiembre de 1964 y el último el 17 de abril de 1967. Cada capítulo se enfocaba en los fallidos intentos de aquel grupo por ser rescatado.

Y claro, el culpable de los yerros era, en la inmensa mayoría de los casos, un joven bienintencionado pero torpe, llamado Gilligan, quien era interpretado por el actor Bob Denver (1935-2005).

Otro de los personajes era conocido como “el millonario”: Thurston Howell III, cuyo papel estaba a cargo de Jim Backus.

El señor Howell encarnaba la típica mentalidad de que todos, absolutamente todos, los problemas se solucionan con dinero, y que todas, absolutamente todas, las personas tienen precio.

Aquel era un millonario de “mentirillas”, pero el segundo hombre acaudalado de mi historia sí era verdadero: Aristóteles Sócrates Onassis (1906-1975), el magnate griego más famoso de la industria naviera del siglo XX, considerado el hombre más rico del mundo en su época.

Ese hombre de negocios se casó el 20 de octubre de 1968 con Jacqueline Kennedy, viuda del expresidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, y tuvo un romance con la diva de la ópera María Callas.

Otro millonario, esta vez estadounidense, cuestionado, controversial y prófugo de la justicia de EE. UU., llegó a Costa Rica en 1972 y abandonó el país en 1978: Robert Lee Vesco. De aquí pasó a Bahamas y luego a Cuba, donde murió y está sepultado.

“¡Se nos hizo millonario!”

Luego, en la década de los años 90, la palabra millonario se puso de moda en nuestra nación debido al programa de televisión La rueda de la fortuna, en el que los participantes hacían girar una ruleta en procura de ganarse un millón de colones o más.

“¡Se nos hizo millonario!”, decía el animador Manuel Fresno cada vez que alguien se ganaba un millón de colones. Recuerdo una columna escrita en aquel entonces por el periodista Bosco Valverde Calderón, quien criticaba el hecho de que se llamara millonaria a una persona que muy pronto se quedaría sin ese dinero pues tenía que atender muchos gastos.

Ahora, un millonario más; mi favorito en este texto.

Se llama Taylor, tiene nueve años, tiene el Trastorno del Espectro Autista (al igual que su hermano y dos hermanas) y vive en Caimitos de Florencia, San Carlos, en condiciones de pobreza.

La madre de ese niño, doña Shirley, de 34 años, trabaja limpiando casas, planchando y lavando ropa de otros para pagar el alquiler de una pequeña vivienda.

“¡Mami, somos millonarios, vea qué montón de comida!”, exclama Taylor cada vez que su mamá llega a casa con los paquetes de comida que le da el Ministerio de Educación Pública y sin los cuales pasarían hambres.

“Son muy agradecidos”, dice doña Shirley de sus hijos.

Leí la historia de Taylor en el periódico La Teja del pasado 14 de octubre y, además de conmoverme, me dejó pensando en que quizá ser millonario -en un mundo donde muchos exigen, demandan y reclaman- consista en ser agradecido.

Tenemos mucho que aprender de Taylor.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente