“No sé cuántas cobijas y sobrecamas solidarias brotaron de sus manos, creo que ella no llevaba las estadísticas o números, tal vez solamente los anotaba en el corazón”

(*) Por Alejandro Guevara Muñoz

En un barrio de San José, en una calle del cantón de Goicoechea, en una casita humilde, una casita pequeña, con una puerta verde agua con una pequeña ventanilla en el centro, ahí vivía la generosidad.

Era una abuelita, viuda y de un metro sesenta llenos de gratitud, ternura, sabiduría y generosidad.

El monto de su pensión mensual era cien veces más grande en generosidad, ella multiplicaba y multiplicaba con el corazón… era una abuelita muy práctica, de soluciones llenas de sentido común…

Día a día guardaba los periódicos, apilaba el papel para venderlo en la carnicería a la vuelta de su casa, en aquellos años le pagaban unos cincuenta céntimos por libra, cada moneda se depositaba en una alcancía de barro, de esas en forma de chanchito… cada semana unas monedas y otras más hasta que el chanchito se sintiera pesado… cada semana invertía en la esperanza.

Cosía sobrecamas con pequeños retazos de tela, cientos de colores, texturas e hilos… cada tarde con su aguja e hilo tejía solidaridad. Tejía un poco de abrigo para sacar el frío y abrazar al prójimo.

No sé cuántas cobijas y sobrecamas solidarias brotaron de sus manos, creo que ella no llevaba las estadísticas o números, tal vez solamente los anotaba en el corazón.

Cerca del medio día alistaba uno o dos gallitos, los preparaba en dos ollitas separadas y el destino era el hogar de una vecina enferma, un abuelito solitario o simplemente un gesto de un corazón generoso. En aquellas ollitas viajaban gallitos de generosidad.

En su agenda había tiempo para visitar el hogar de ancianos el Buen Samaritano, tenía tiempo para dialogar y mucho más para escuchar… la generosidad siempre tiene tiempo. La generosidad sabe priorizar. Recuerdo ver en este hogar de ancianos muchas sobrecamas de mil colores.

Los ahorros en el chanchito, los gallitos, las sobrecamas de retazos de telas fueron semillas de generosidad que florecieron en su vecindario, en Sardinal de Guanacaste, en el Carmen de Nueva Esperanza, Siquirres, en Ciudad Neilly, en los campamentos de refugiados durante el conflicto armado en Nicaragua, era de esas generosidades que no busca likes ni selfies… solamente era generosidad.

La generosidad es la memoria del corazón y vivía en una casita con una puerta verde agua con una pequeña ventanilla en el centro.

(*) Alejandro Guevara Muñoz cuenta con más de 28 años de experiencia en temas de mercadeo, fundraising, desarrollo humano y comunitario, DDHH de la niñez, estrategia, sostenibilidad y Habilidades para la Vida. Ocupó, por 14 años, la Dirección Nacional en la ONG World Vision Costa Rica, la cual se convirtió en el 2017 en la primera oficina de América Latina y el Caribe 100% autosostenible, con un alcance de sus programas e impacto al 100% de la población menor de edad en CR.