Tenemos que buscar cómo actualizar nuestra democracia para que los sistemas permitan la eficiente toma de decisiones sin sacrificar el poder escuchar a los diferentes actores sociales

Por David Ching

Hace algunos meses me había comprometido a realizar un escrito para este sitio web, sin embargo, por cuestiones de la vida, no me fue posible remitirlo y terminé rompiendo esa promesa. Extendiendo mis disculpas por el inconveniente, me gustaría aprovechar que estamos hablando de promesas rotas para tratar un tema que está intrínsicamente relacionado: la campaña electoral.

Es imposible evitar el estrés y la ansiedad de no saber quién será el próximo Presidente, pero no es esto a lo que aludo en el título de este escrito. Lejos de tratarse de la angustia típica asociada a la incertidumbre, mi preocupación nace de la certeza de que, indiferentemente de la figura que ocupe la silla presidencial, las promesas de campaña se van a romper.  

Parto de este hecho no acusando de ineptitud, corrupción o desinterés de parte de los candidatos, de eso hay de sobra en otros lados, sino valorando las dificultades que hay en los procesos para la toma de decisiones de nuestro sistema político y los retos a los que nos esperamos enfrentar como sociedad en los próximos años.

A la hora de escribir esto no se cuál será el resultado que nos depare el 6 de febrero. No sé si esto se publicará sabiendo quién tomará la silla presidencial o si tendremos casi 30 candidatos para elegir, o dos. Lo que si sé, es que quien vaya a ocupar la posición de presidente de la República en el periodo 2022-2026, no estará verdaderamente en una posición envidiable.

“Yo no voto por un diputado, sino por un partido y el diputado puede desligarse del partido una vez que está en el Congreso”.

David Ching

Los retos a los que se enfrenta Costa Rica actualmente no son exclusivamente consecuencia de las decisiones tomadas durante los últimos 4 años y difícilmente se vayan a resolver dentro del próximo periodo político. Quizás el ejemplo más claro (mas no el único) de esto sea la situación fiscal. Costa Rica tiene un amplio déficit fiscal, una creciente deuda pública y un sistémico problema de desbalance entre egresos e ingresos fiscales. Esta situación requiere ajustes que, de hacerse hoy, el impacto verdadero se verá probablemente en la próxima década. Así sucede también con las áreas de infraestructura, educación, ambiente y muchas más.

Por si fuera poco, si por la víspera se saca el día, nuestra Asamblea Legislativa no será precisamente el terreno más ideal para llegar a consensos. Tanto en esta, como en la campaña anterior, ha habido muy poca discusión sobre los diputados de nuestras papeletas. Además, la forma en que se eligen estos, da poco espacio a la rendición de cuentas. El voto no es personalizado, yo no voto por un diputado, sino por un partido y el diputado puede desligarse del partido una vez que está en el Congreso, dejando poca claridad sobre la responsabilidad de fiscalizar su labor y permitiendo una situación donde los incentivos no están definidos de manera transparente.

Ante esto, todo parece indicar que nuestra futura cabeza de Estado se enfrentará a un Congreso fracturado y sin una mayoría definida.

Aún peor al capitalizarse todos los costos y réditos políticos de las decisiones en una sola figura, aunado a la manera en que se elige, se percibe y opera nuestro Poder Legislativo, no existe un incentivo claro para los diputados en cooperar en hacer efectiva legislación relevante, si la misma conlleva costos políticos altos.

Por el contrario, si el fin último de un actor político es llegar al poder (que no es irracional pensar que lo sea), este tiene todos los incentivos para dificultar la labor del gobernante, ya que una administración que haga una gestión popular tiene más posibilidades de mantener su partido en el poder.

Además, si vemos los planes de gobierno de los principales aspirantes presidenciales, así como los retos nacionales actuales, es casi una certeza que para poder llevar a cabo los proyectos y soluciones que el país necesita y que los candidatos desean realizar, se necesitarán al menos el consenso de 37 diputados.

Tomando en cuenta todo esto, es irracional (al menos para mí) creer que todas las promesas de campaña y proyectos de los planes de gobierno se van a llevar a cabo. Ningún negociador, por bueno que sea, puede hacer que las partes ignoren sus incentivos.

Esta situación como tal ya es alarmante, sin embargo, no es lo peor. Lo realmente preocupante es que, el bipartidismo como tal lleva más de diez años de haberse roto, y podríamos fácilmente discutir que el 2022 marca dos décadas (con las elecciones políticas del 2002) de una realidad política que no se puede explicar exclusivamente con las tendencias políticas post guerra civil. La tendencia no es la de volver a una Costa Rica donde consensuar 37 voces en el Congreso sea fácil, todo lo contrario, entre más pasa el tiempo, más difícil parece ser la labor de hacerlo.

La administración actual intentó hacer un gobierno de unidad nacional que, si bien fracasó, me parecía un paso en la dirección correcta.

David Ching

El problema de fondo es que nuestros mecanismos de toma de decisiones, de elección, de colocación de incentivos y de rendición de cuentas, siguen operando en un sistema pensado para limar asperezas entre dos agrupaciones políticas. La realidad ya no es esa.

Las lecciones de estos últimos periodos nos deben llevar a repensar cómo mejoramos nuestra democracia, cómo hacemos para que más voces no se traduzcan en obstrucción. Cómo hacemos para que el Poder Legislativo (que podríamos argumentar es quien realmente puede hacer los cambios estructurales en el país, y cuya influencia en política pública es más relevante que la del Ejecutivo), alinee sus incentivos políticos con el bienestar del país.

Yo realmente no tengo la respuesta, pero sé que la hay. No existe una sola forma de democracia, hay países con sistemas democráticos pluripartidistas, hay países donde el voto a diputado es directo de tal forma que el congresista responda, en primera instancia a los ciudadanos que representan (y no al partido que los puso en la lista). Incluso la administración actual intentó hacer un gobierno de unidad nacional que, si bien fracasó, me parecía un paso en la dirección correcta.

Cómo país, tenemos que empezar a hacernos estas preguntas, a buscar cómo actualizar nuestra democracia para que los sistemas permitan la eficiente toma de decisiones sin sacrificar el poder escuchar a los diferentes actores sociales, porque en el tanto no resolvamos esta cuestión, nuestros gobernantes seguirán haciendo lo mismo que yo estoy haciendo en este artículo, rompiendo promesas para después ofrecer disculpas.

David Ching es economista y periodista graduado de la Universidad de Costa Rica. Posee una maestría en Comercio internacional, finanzas y desarrollo, de Barcelona Graduate School of Economics.