¿A quién no le gusta recibir manifestaciones de aprobación por un trabajo bien hecho…

… pararse sobre el punto más alto del podio…

… exhibir sus trofeos…

… mostrar sus medallas…

… y colocar en su cabeza la corona de laurel?

¿Quién no disfruta echándose flores…

… divulgando la cosecha…

… festejando con bombos y platillos…

… imaginando ser el centro del Universo…

… y sabiéndose genial?

¿Quién no saborea el placer de sentirse invencible…

… imparable…

… todo un héroe o una heroína…

… enorme, gigante…

… y brillante?

No vamos a decir aquí si eso está bien o mal (poco aportan los juicios de valor). Simplemente reconocemos que todo ello forma parte de la naturaleza humana.

Pero sí vamos a preguntar ¿qué tanto practicamos -además de alimentar la autoestima- la autocrítica sana

… la introspección honesta…

… los autointerrogatorios difíciles…

… el autoanálisis sin máscaras ni maquillajes…

… la confrontación transparente con nosotros mismos?

¿Practicamos la autocrítica sana con la misma frecuencia que abonamos esas facetas tan humanas como el ego y la vanidad?

¿Cuán críticos somos con nosotros mismos?

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente