Breve historia de un vendedor de helados agradecido que me hizo recordar a un mendigo con igual actitud

Sábado 31 de julio del 2021. Mi hermano menor, Ricardo, llega a la casa de mamá con varias bolsas de ropa para regalar. Hay prendas de segunda pero también las hay nuevas y de muy buena calidad, muchas de ellas donadas por un muchacho afortunado a quien le gusta compartir; una de esas almas bondadosas y generosas que aún hay en el planeta.

Domingo 1 de agosto. Mamá está atenta al sonido de las campanillas del carrito de los helados, pues quiere entregarle una bolsa al vendedor que todos los días pasa frente a su casa ofreciendo chocoletas, cremoletas, parejitas, sandwichs, cajitas y otros productos marca Dos Pinos. Sin embargo, el vendedor de esas delicias pasó justo en un instante en el que ella estaba atareada preparando el café que tomaríamos en familia, por lo que no se percató y la esperada oportunidad se esfumó.

Lunes 2 de agosto. Mamá sigue atenta, pero no pasa nada…

Martes 3 de agosto. Mamá escucha, temprano, la voz del vendedor de aguacates. Lo llama desde el portón y le entrega una de las bolsas con ropa. Hombre agradecido, se deshace en bendiciones y buenos deseos para mi madre.
Por la tarde pasa el vendedor de helados y la escena se repite. Pocos minutos después salgo de casa (resido en una vivienda ubicada justo al lado de la de mi mamá) a hacer un mandado y al pasar por uno de los parques del barrio (Jardines de Moravia) veo al vendedor de helados sentado en las gradas de la caseta de vigilancia. Abrió la bolsa y está echándole un vistazo a las camisas; está emocionado, lo delata el brillo de sus ojos. El rostro de una persona bendecida. Sonríe y abraza las prendas de vestir. El instante me conmueve y me deja frío; se me humedecen los ojos mientras cruzo la calle.

La escena me hizo recordar aquel diciembre de hace unos diez años atrás: caminaba por San Juan de Tibás, haciendo números para ver si el aguinaldo me alcanzaba para todo lo que tenía en mente, y de repente descubrí a un mendigo que limpiaba con un trapo las latas de atún vencido que acaba de sacar de un basurero. “¿No ve qué belleza, jefecito, ya tengo para la cena navideña de mi familia?” Aquello me golpeó y no pude contener las lágrimas.

Tenía planeado publicar otro texto hoy, pero cambié de planes para compartir esta pequeña historia.

Que cada quien saque sus propias conclusiones…

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector del periódico El Financiero
Consultor en Comunicación