¿Qué oímos? ¿Qué escuchamos? ¿Podríamos percibir otros mensajes si afinamos los oídos de la compasión?

Más allá de la chatarra

Lo que oímos (y a veces nos quejamos): “Estimados vecinos, andamos recogiendo chatarra como latas viejas, ollas, planchas, pedazos de canoas, bicicletas, alambres de cobre, varilla, refrigeradoras, pedazos de hierro, microondas, baterías en mal estado y todo lo que a usted no le sirva en metales a nosotros nos sirve para fundir. Gracias”.

Lo que podríamos escuchar: “Estimados vecinos, andamos trabajando desde buena mañana, luchando por tener un ingreso que nos permita llevar el sustento a nuestros hogares, en donde hay niños que educar, ancianos que necesitan medicinas y recibos de servicios públicos por pagar. Ayúdennos”.

Un cartón lleno de necesidades

Lo que oímos (y nos molesta porque nos despierta): “Llegaron los huevos. Llegaron los huevos. Baratos los huevos. Compre los huevos. Cartón de huevos. A tres mil el cartón de huevos. Llegaron los huevos”.

En honor a la verdad, los sonidos que percibimos en el barrio donde vivo: “Garon os hueosss. Garon os hueosss. Aratos os huevosss. Ompre os hueosss. Artón de hueosss. A tres mi el artón de hueosss. Garon os hueosss”.

Lo que podríamos escuchar: “Llegaron los pulseadores. Llegaron los luchadores. Los que no se quedan de brazos cruzados esperando que el dinero les caiga del cielo o de alguna institución del Estado. Los que se esfuerzan en lugar de llorar”.

La vida no sabe a vainilla

Algo parecido sucede cuando oímos las campanillas del carrito de los helados. En mi caso, mi mente se pone en modo automático y piensa en chocoletas, cremoletas, conos y Big Trits.

Pero yo puedo controlar mis pensamientos y tratar de ponerme en los zapatos del vendedor que camina quién sabe cuántos kilómetros diarios ofreciendo sus productos.

A lo mejor me quedo frío imaginando cómo tiene que ingeniárselas para estirar su salario de modo que le permita afrontar gastos como alquiler, comida, electricidad y pasajes de bus.

Sacudir la indiferencia

¿Y las señoras que venden limpiones? Nos enfocamos en los paños floridos que nos ofrecen, pero bien podríamos procurar ver un poco más allá de lo que tenemos en frente.

Una mirada más empática quizá nos conecte con los sueños de esa madre que desea mejores condiciones y oportunidades para sus hijos.

El trapo de la solidaridad puede ayudarnos a desempolvar la indiferencia con que solemos invisibilizar a esas mujeres valientes que desean regresar a casa con pan y leche para sus niños.

¿En cuánto me los deja?

Lo llamamos “el vendedor de aguacates”, pero es mucho más que eso. Se trata de un ser humano que soporta sobre sus hombros una pesada carga de preocupaciones, temores y frustraciones.

El famoso goteo de la riqueza ni siquiera lo salpica. No conoce esa garúa de la calidad de vida. Nunca ha sentido ese pelo de gato del progreso personal.

¡Y encima le pedimos que nos haga un descuento!

Una mano de preguntas

Oímos la voz del vendedor de plátanos y de inmediato imaginamos patacones, angú, empanadas rellenas con queso o frijoles, y rodajas de maduro a primera hora del día.

Mas no siempre alcanzamos a escuchar la voz que quiere preguntarnos si ese muchacho habrá desayunado bien o anda trabajando solo con un café en el estómago. ¿Habrá almorzado? ¿Tendrá hambre? ¿Y si le ofrezco pan? ¿Y si comparto con él algunas rodajas de queso? ¿Qué tal si le regalo una bolsa de frijoles? ¿Se antojará un vaso de refresco?

¿Cómo es nuestra sensibilidad: verde o madura?

Barramos el egoísmo

Lo que oímos (y a veces nos reímos): “Scobbbs. Scobbbbonesss. Hay scobbbs, scobbbbonesss. Compre la scobbb. Compre el scobbbbón”.

Lo que podríamos escuchar (si practicamos la escucha compasiva): “A mi edad ya debería estar pensionado y disfrutando de mis nietos, pero no tengo otra opción que fabricar y vender escobas y escobones; de lo contrario, me muero de hambre”.

Si hay un piso en este mundo que necesita una buena barrida, ese es el del egoísmo. El lamentable suelo que pisan los del “primero yo, segundo yo, tercero yo y a los demás que se los lleve el diablo”.

¿Y si le damos una barrida en serio y luego lo dejamos reluciente con la cera de la generosidad, la bondad y la compasión?

¿Qué oímos? ¿Qué podríamos escuchar desde la compasión? ¿Cómo se encuentra el tímpano de la empatía?

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente