Sí, todos suponen que fue el niño quien sacó al papalote del armario para salir a volarlo en pleno ocaso.

Todos creen que fue el niño quien reparó la cola del cometa, la cual se había deshilachado tras enredarse en una cerca con alambres de púas.

En efecto, todos imaginan que fue el niño quien tuvo la paciencia de desenmarañar los nudos que quién sabe cómo se hicieron en el ovillo de hilo número diez.

Todos aseguran que fue el niño quien selló con pegamento la piel de papel seda que se había roto en el barrilete.

Por supuesto, todos opinan que fue el niño el terco que decidió divertirse un rato con aquella mariposa en forma de cuadrilátero no regular a pesar de que este año ha corrido muy poca brisa en el país; hay más quietud que movimiento, más inmovilidad que actividad.

Todos dan por sentado que fue el niño.

Pero no. No fue él. Fueron su padre y su madre quienes sacaron el papalote, lo repararon, desenmarañaron, sellaron y luego enviaron al niño a jugar.

No fue el niño. No es el niño. Son Joaquín, jardinero, y Margarita, servidora doméstica, quienes cada tarde envían a su niño a correr por el potrero para que nunca olvide que se puede volar aunque los vientos no sean favorables.

Jotade