Cuatro mujeres luchan desde distintos puntos del planeta para que sus semejantes vivan sin temor, tengan una mejor calidad de vida y su dignidad e integridad física estén aseguradas

Por María Antonieta Chaverri Suárez

A veces parece que el tiempo se va como el agua entre los dedos…

Una mañana abro los ojos y los niños han crecido mucho, mis padres son más mayores de lo que creía y es setiembre, mes en el que se completo otra vuelta al sol y arranca una nueva.

Y como la vida es mucho más que la existencia estrictamente particular, en medio de mis ajetreos cotidianos siempre trato de apartar tiempo para algo que me gusta: servir. Un voluntariado por aquí y otro por allá, proyectos, programas…

Es así como en un día reciente, en el que procuro balancear carreras personales y oportunidades de hacer algo por los demás, me citan a una reunión en la que de pronto me encuentro en una sala virtual con cinco mujeres: una rusa, otra nigeriana, una tercera de Filipinas, la cuarta conectada desde Australia, otra tica y yo.

Todas trabajamos por las mujeres en diferentes causas. Una se describe como activista social en su país, otra es promotora de temas de género en el sector privado y también hay una que miembro del consejo global de Vital Voices Global Partnership. Todas apasionadas, sensibles, con coraje, de armas tomar, comprometidas con causas que más parecen propósitos de vida (posiblemente lo son).

Las cinco participando en una sesión de zoom que nos reúne bajo un solo tema: erradicar la violencia contra las mujeres en el mundo. (Según ONU Mujeres, 35% de la mujeres en el mundo sufren de violencia física o sexual).

Escucho en la reunión historias y realidades, y cómo ellas, unidas a muchas otras mujeres y hombres, han abierto diálogo con 102 países.

De repente toma la palabra Eleanor, de Nigeria. Habla despacio, serena, dulce, elocuente y nos cuenta de su causa: las viudas, todas las viudas, incluyendo a las niñas viudas. (“¿Niñas viudas?”, pensé.). Ella trabaja en países en los que se practica la mutilación genital y donde muchísimas mujeres son obligadas a casarse siendo menores de edad.

Y yo que pensaba que me dedico a servir en medio de días en los que el tiempo se me va como agua entre los dedos…

Mujeres que quedan embarazadas con cuerpos de niñas, de manera que hay gran riesgo de que madre o bebé pueden perder la vida. Niñas, con edad de jugar e ir a la escuela o al colegio, que son obligadas a unirse a un hombre mayor y que con mucha frecuencia son agredidas y violadas por sus “parejas”.

Eleanor nos cuenta que si el marido muere, surgen las niñas viudas y quedan desprotegidas, muchas veces sin derecho a herencia ni tierras; con genitales mutilados,el único destino de muchas de ellas es la pobreza y la marginación. Esta doctora cuenta esto con suavidad, con un tono que parece casi dulce, aún así se me eriza la piel, me hierve la sangre, se me cierra la garganta y el corazón se me hace un puño. Pero en su storytelling hay mucho más que suavidad al tratar el tema: realismo crudo y firmeza contundente en su lucha por poner un alto a estos horrores.

Esa mañana escuchamos de las cuatro mujeres historias terribles sobre otras mujeres a quienes apoyan, la más dura sin duda la de las niñas viudas, pero todas me movieron el piso.

Cuatro mujeres en diferentes puntos del planeta solicitando a dos mujeres ticas que abracemos la causa de erradicación de la violencia contra las mujeres.

Nuestra realidad es muy diferente, pero aún así las tasas de feminicidos son terribles (27 muertes violentas de mujeres en el primer semestre del 2021), el incesto es una práctica diaria en gran cantidad de hogares y la mayor fuente de embarazos de menores de edad, la violencia física y psicológica pan de todos los días. Hechos que se han exacerbado con la pandemia.

Y yo que pensaba que me dedico a servir en medio de días en los que el tiempo se me va como agua entre los dedos…

De repente me enfrento a estas mujeres que no solo luchan en su propia vida y sus ámbitos de acción cercanos, sino que en su diario vivir trabajan para que el 50% de la población del mundo viva sin temor y para que cada mujer, cada niña, cada profesional, cada madre, cada mujer que trabaja la tierra y acarrea agua, cada viuda, tenga una mejor calidad de vida y su dignidad e integridad física estén aseguradas.

¡Cuánto me incomoda! Mi espíritu de servicio sin duda ayuda, pero el remesón de ese encuentro, de esas realidades, me lleva a pensar en lo mucho que falta (y no sólo en materia de género), y a reflexionar en cuánto más puedo hacer con ese tiempo que se me va como agua entre los dedos.

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(*) María Antonieta Chaverri es Coach de liderazgo trascendente, formadora de mentores y asesora para empresas y organizaciones de diferentes sectores en temas como alineamiento estratégico, liderazgo, transformación cultural y diversidad e inclusión.