En el Día Internacional del Libro, una reseña reflexiva sobre una obra editorial refrescante, divergente y desafiante en materia de educación

André Stern, un francés de 50 años recién cumplidos, es músico, compositor de bandas sonoras para películas, lutier, escritor y periodista. Detalle importante: jamás ha recibido educación formal.

Él mismo relata sus múltiples experiencias de aprendizaje en el libro Yo nunca fui a la escuela, una obra de 189 páginas publicada por Litera Libros en el 2013 y que se vende en las tiendas Bamobam.

Allí el hijo mayor de Arno (1924) y Michèle (1939) revela las claves que le ayudaron a ser una persona culta y educada sin haber puesto un pie en las aulas del sistema de instrucción tradicional.

También deja claro que sus vivencias no son una receta o fórmula mágica que pueda o tenga que ser aplicada a todos los niños, y que tampoco debe ser interpretada como el descubrimiento o evidencia de un esquema de enseñanza superior al que se aplica en escuelas y colegios.

“Existen tantas maneras de aprender como individuos”, afirma.

Comparto en estas líneas, y de manera resumida, algunas prácticas que jugaron un papel fundamental en el proceso de aprendizaje de André Stern:

A través de los juegos que practicó y disfrutó desde la niñez, descubrió poco a poco y de manera espontánea los temas que despertaban su mayor interés.

Juguete que caía en sus manos, juguete que era desarmado para tratar de entender sus mecanismos de funcionamiento.

Sus padres, ambos educadores, nunca trataron de imponerle o endosarle gustos, sueños, intereses o necesidades. Él gozaba de entera libertad para explorar y elegir; fue así como incursionó en la fotografía, danza, informática, teatro, cerámica, tejidos, guitarra, etcétera).

Aprendió desde pequeño que se vale improvisar.

No estaba sujeto a horarios o programas de estudio que funcionaran como camisas de fuerza. Podía dedicarle todo el tiempo y energía que quisiera a lo que lo seducía. Fluir era mucho más importante que controlar.

Jamás tuvo que presentar exámenes tendientes a evaluar sus conocimientos. El gozo de aprender estaba por encima de calificaciones.

Creció en un hogar donde no se escatimaba la inversión en libros de interés de todos sus miembros. André era un devorador de textos (aprendió a leer y escribir por sí mismo).

El diccionario era un amigo, socio, cómplice.

Tuvo la dicha de contar con personas que compartieron con él sus conocimientos de manera generosa.

Siempre se distinguió por poseer una mente abierta y apasionada. Adoraba investigar por sí mismo, seguir sus instintos y sus propios caminos.

Característico en él: la apertura a recibir consejos.

Leía y seguía los manuales de instrucciones solo una vez, luego le daba rienda suelta a su ingenio y creatividad.

Todo sumaba, cada aprendizaje conducía hacia otro; los conocimientos podían parecer esfuerzos dispersos, pero formaban parte de una misma cadena.

El ambiente familiar estimulaba el afán de explorar. Los abuelos halagaban al nieto y le daban regalos que respondían a sus pasiones y vocaciones.

Se le apoyaba pero no se le daba todo lo que quisiera. Esto lo llevó a crear, inventar y solucionar por sí mismo.

André creció sin conocer el miedo a la duda, la ignorancia, el “fracaso” o las burlas. Todo era aprendizaje.

Este muchacho no renunciaba a sus sueños y no le prestaba atención a las voces negativas.

Siempre había tiempo para visitar museos y bibliotecas.

En fin, dieciocho claves del proceso de un proceso de formación que siguió su propio camino.

“Mirad a un niño pequeño. Mirad como sus ojos se beben el mundo. ¿De verdad creéis que necesita que le empujen?”, pregunta el autor de este libro que nos permite ver la educación con otros ojos, desde otras perspectivas, con mente abierta.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente