El “apagón educativo” nos obliga a aprovechar una amplia gama de tecnologías para ponerlas al servicio del aprendizaje

Julian Cordero Arroyo

En general, resulta más cómodo aferrarnos a lo conocido pues lo innovador resulta desafiante. Sin embargo, ante las emergencias, es posible que debamos enfrentar lo desconocido para resolver situaciones emergentes.

En su obra Fragmentos filosóficos, el danés Soren Kierkegaard considera que el ser humano siempre ha sido atraído por la carencia, llevándole esta a un sentimiento de desesperación.

Para atender esta desesperación, el individuo tiene que dar un “salto de fe”. Y la fe concebida por Kierkegaard no funciona bajo la lógica inductiva.

Por ejemplo, una fe racionalista nos diría que lo que ha funcionado anteriormente, necesariamente funcionará frente a una situación emergente. No obstante, la fe de Kierkegaard funciona más como “tengo esperanza de que una forma distinta a lo que he usado siempre, va a funcionar, aunque sea la primera vez que lo intente”.

Es decir, este salto de fe hace explícito lo que esperamos e implica tener convicciones firmes aún si no podemos ver resultados.

En el caso de la educación, debimos aprender rápidamente cómo promover la construcción de conocimiento mediante herramientas digitales durante el “apagón educativo”, como lo ha llamado el Informe del Estado de la Educación.

En detalle, este “apagón educativo” surge a raíz de la pandemia del Covid-19 y rezagos en ciclos lectivos de la educación primaria y secundaria, provocados por suspensiones de lecciones debido a huelgas en años anteriores.

La solución al apagón ha sido atenderlo desde lo conocido y con una lógica bastante racionalista: desde lo comprobable y lógico. En particular, se resalta el uso de guías de trabajo autónomas para transferir conocimiento y luego comprobar mediante pruebas o tareas, sin asignar un significado real. En síntesis: las cosas se hacen porque hay que hacerlas y porque así siempre ha sido.  

Pero la emergencia nos obliga a aprovechar una amplia gama de tecnologías para ponerlas al servicio del aprendizaje. La tecnología se entiende como cualquier medio que tiene un ser humano para resolver un problema. Y buscar una o más soluciones a un problema implica un “salto de fe”. En analogía al salto de fe de Kierkegaard, debemos  dar un “salto de clic”.

Tecnología es cualquier medio que sirve para resolver un problema.

Sí, somos conscientes de las brechas de recursos tecnológicos como disponibilidad de computadoras, dispositivos móviles, redes de internet, etcétera. No obstante, tecnología es un medio, no un fin.

Tecnología es cómo uso algo, y no qué uso. Desde usar arte como origami para el aprendizaje de la geometría, hasta programación de informática en bots para practicar idiomas, este salto de clic es una de tantas formas que podemos abordar este apagón tecnológico.

En consecuencia, llegar a este salto de clic implica que dejemos el confort.

En su transición a un “salto de fe”, Kierkegaard argumenta que en esta etapa una persona debe desestimar la búsqueda de la comodidad e inclinarse más por lo ético, lo que es correcto, aún si no se entiende bien, si no se tiene afinidad con ello o se desconoce del todo.

De forma análoga, dar un “salto de clic” da a entender que la rigidez del uso exclusivo de un método es insuficiente. Se es consciente de que somos seres inacabados (abuso de la retórica del pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire), y que, por tanto, debemos atender, sea presencial o virtualmente, con “saltos de clic”, las necesidades emergentes, en pro de un aprendizaje significativo aspirando a una construcción del conocimiento.

En conclusión, el “apagón educativo” se irá iluminando poco a poco tan pronto vayamos danto esos pequeños “saltos de clic”.

Kierkegaard argumenta en su “salto de fe” que uno debe estar constantemente ocupado con la autoevaluación, puesta en práctica y el análisis; y no simplemente sentarse y decir “tengo fe”.

Indagar, atrevernos a lo que no necesariamente es de nuestro campo, es esencial para dar vida a este “salto de clic” que tanto necesitamos en nuestra realidad educativa.

No se vale decir “no puedo”, pues ser docente implica atreverse a equivocarse, intentarlo de nuevo, o intentar otra cosa. Decir “estoy solo” no es justo, pues hay potencial y recursos suficientes para sentirse apoyado.

Julian Cordero Arroyo cuenta con formación y experiencia en las áreas de enseñanza de la matemática, enseñanza del inglés, administración, e informática, a nivel de educación secundaria y universitaria. Es Gestor Pedagógico desde el Laboratorio de Aprendizaje de la Universidad Castro Carazo.