Ojalá TODOS nos metamos cada vez más dentro de los envoltorios que protegen el ambiente y nos salgamos, de una vez por todas, de los producidos con plástico

Se trata de un empaque comercial que mide, en centímetros, 42 de alto por 34 de ancho por 15 de grosor.

En ese espacio entramos quienes ya peinamos canas y jugábamos a bailar trompos o voltear cromos, y los llamados millennials, más afines a los smartphone y las tablets.

A los integrantes del primer grupo, del cual formo parte pues soy modelo 1961, ese envoltorio nos hace evocar aquellas bolsas de manila en las que los pulperos de antaño echaban diversos productos, los pesaban y se los entregaban a los clientes.

Recuerdo aún, en el San Ramón de los años sesenta, a Memo o doña Carmen asiendo esos empaques por uno de los lados de su abertura y agitándolo para abrirlo. Luego depositaban en ellos arroz, frijoles, maíz, azúcar o sal.

Lo mismo hacían los dependientes de los almacenes que vendían abarrotes. En esos envoltorios echaban, con la ayuda de una pequeña pala metálica, lentejas, cubaces, garbanzos y otros granos que extraían de sacos de yute (llamados “gangoche”) o grandes cajones de madera.

En muchos de esos negocios había por lo general un enorme y somnoliento gato que por las noches se encargaba de mantener a los roedores lejos de las mercancías.

No es que esas bolsas hayan desaparecido del todo, pues -por ejemplo- se han usado a lo largo de los años en los locales que venden café en grano o molido, maní, almendras, nueces, pistachos, crema, cebada y pinolillo en el Mercado Central de San José.

Me reciclaron la nostalgia

Sin embargo, de haber sido empleadas por una mayoría de establecimientos -entre ellos, panaderías, bazares, verdulerías, farmacias, librerías y mercerías- fueron desplazadas por los empaques de plástico. En algún momento se convirtieron en un producto exótico, a tal punto que diversos negocios empezaron a utilizarlos para envolver regalos.

Por eso experimenté una suerte de nostalgia hace pocos días cuando, al visitar el Auto Mercado ubicado entre Tibás y Moravia, me empacaron las compras en dos bolsas parecidas a las que conocí en mi infancia.

Se trata de bolsas hechas 100% de papel reciclado, las cuales pueden reutilizarse y desecharse sin ningún remordimiento de conciencia pues son biodegradables. El material con el que se fabrican cuenta con la certificación del Forest Stewardship Council (FSC), una ong con sede en Alemania.

El hecho de que contribuyan con la protección del ambiente hace que en ellas quepan también los millennials, esa generación que posee una conciencia ambiental mucho más desarrollada y comprometida que la que teníamos -a esas edades- quienes bailábamos trompos o volteábamos cromos.

Para estos jóvenes la defensa de la Tierra no es una moda o una pose, sino una tarea seria en la que demandan visiones y estrategias profundas y responsables por parte de empresas, candidatos electorales, gobiernos y comunidades.

Son ellos quienes velan, en muchos hogares, por la ejecución de acciones positivas como el reciclaje o el consumo de bienes biodegradables.

Ojalá cada vez más empresas y negocios, instituciones y organizaciones, gobiernos y partidos políticos, y consumidores nos metamos dentro de estas bolsas amigables con el planeta y nos salgamos de una vez por todas de los empaques de plástico.

Para finalizar, l@s invito a ver el siguiente video tal y como lo grabé en una playa de nuestro país.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente